viernes, enero 22, 2010

Gripe A: la dimensión real de la pandemia



Fue el viernes 24 de abril de 2009 el día que se emitió la alerta de que una nueva variante del virus de la gripe, desconocida hasta entonces, estaba matando a personas en México y en el sur de Estados Unidos. Una primera estimación errónea –aunque eso se supo más tarde– de su verdadera tasa de mortalidad y el hecho de tratarse de una variante totalmente nueva fueron los ingredientes de un cóctel explosivo que hacía temer el peor de los escenarios.

Los expertos de todo el mundo vaticinaban desde hacía tiempo una inminente pandemia gripal. Sin embargo, sus ojos miraban al Extremo Oriente y no a Norteamérica. Era el virus de la gripe aviaria, que ha afectado en mayor medida a países como China, Vietnam o Indonesia, la principal preocupación de las autoridades sanitarias internacionales, que dedicaban todo su esfuerzo a contenerlo y a esperar que no pudiera transmitirse de persona a persona.

Pero a partir de aquel 24 de abril, casi toda la atención se concentró en el virus llamado inicialmente de la “gripe porcina”, luego de la “nueva gripe” y finalmente de la “gripe A(H1N1)”. Los casos se extendieron rápidamente por todo el mundo generando alarmismo entre la población. El 11 de junio la OMS elevó el nivel de alerta de la fase 5 a la fase 6, lo que significaba la declaración oficial de la pandemia.

Afortunadamente, en aquel momento ya se había visto que el virus A(H1N1) no era tan mortífero como se había estimado en un primer instante. En la gran mayoría de casos, la infección cursaba con síntomas leves y muchos afectados ni siquiera habían optado por ir al médico. Los epidemiólogos comprobaron que la auténtica tasa de letalidad era incluso inferior a la de la gripe estacional que nos visita cada invierno.

Los datos de España revelan que mueren por gripe A solamente entre 15 y 20 personas de cada 100.000 que la contraen. A lo largo de todo el año 2009, la cifra de víctimas mortales en todo el mundo, según datos de la OMS, se sitúa sobre las 10.000 y en nuestro país no ha superado las 300.

El paso de los meses fue confirmando que la gripe A no era tan temible. Mientras el verano transcurría en el hemisferio norte, los expertos analizaban la evolución de la pandemia en países como Argentina, Chile o Australia, que cuentan con sistemas sanitarios más o menos parecidos al nuestro y donde la temporada gripal estaba en pleno apogeo. Esas observaciones resultaron tranquilizadoras, pues en el hemisferio sur el virus pandémico no dio demasiados problemas y fue más benigno que el de la gripe habitual de cada año.

Del negro al blanco

El problema es que la angustia que se había creado entre la población era difícil de aplacar. Un par de estudios presentados en el I Congreso Internacional Latino de Comunicación Social, celebrado en la Universidad de La Laguna (Tenerife), mostraron que la prensa española dio un enfoque “alarmista” y “sensacionalista” a las noticias sobre la gripe A, especialmente en las primeras semanas, lo que contribuyó a extender un pánico infundado entre la población. En los meses posteriores los medios informaban de todas y cada una de las muertes por gripe A que se producían en nuestro país, casi con nombres y apellidos, dando referencia de enfermedades de base, edad, sexo y procedencia. El tratamiento informativo fue sin duda desproporcionado y profundizaba en detalles hasta cierto punto morbosos que no ayudaban en nada. Ante esta situación, organismos como la OMS y el Ministerio de Sanidad, que emitían a diario un informe de situación contabilizando casos y defunciones, consideraron que conceder excesivo protagonismo a la enfermedad era contraproducente de cara a los ciudadanos y esos informes pasaron a ser semanales y parcos en detalles.

Es necesario recordar que hacia finales de verano, cuando las autoridades sanitarias discutían cuáles serían los grupos de personas a los que se recomendaría la vacuna cuando estuviera disponible, desde maestros a taxistas exigían estar entre los futuros vacunados. Finalmente, la estrategia de vacunación definitiva de las autoridades incluye a las personas con enfermedades crónicas –enfermos cardíacos, respiratorios, inmunodeprimidos, obesos, diabéticos, etc.–, embarazadas, trabajadores sanitarios y personal de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Protección Civil y Bomberos. Los niños quedaban excluidos a no ser que presentaran enfermedades de base, no como en Estados Unidos, donde fueron los primeros en ser inmunizados.

El caso curioso que se ha producido en nuestro país –y lo mismo en otros de nuestro entorno- es que la opinión sobre la gripe A pasó del negro al blanco sin tener en cuenta ninguna gama de grises. Los mensajes de tranquilidad desde las administraciones, mostrando que la gripe A es menos grave y mortífera que la gripe normal, fueron calando en la ciudadanía. Los medios de comunicación comprendieron que no era conveniente –y había dejado de interesar– hacer una noticia de cada fallecimiento. Por lo tanto, subieron al carro del llamamiento a la tranquilidad y el nuevo mensaje fue banalizar la importancia de la gripe A.

Si a esos factores se añade la aparición en los medios y en internet de voces contrarias a la vacunación, lo que se ha conseguido ha sido probablemente una mayor confusión. Gente que exigía ser vacunada para prevenir una enfermedad potencialmente mortal a los pocos meses rechazaría la opción de inmunizarse al considerar que la gripe A carece de importancia y que la seguridad de la vacuna está cuestionada.

Más aún si uno leía a principios de septiembre que el 55,4% de los médicos de familia no tenían intención de vacunarse, a pesar de encontrarse entre los profesionales en los que se recomendaba la inmunización. Falta de confianza en una vacuna desarrollada demasiado de prisa y el mayor conocimiento de que la enfermedad provoca complicaciones graves en muy pocos casos se encontraban entre las razones que esgrimían los médicos encuestados por la SEMERGEN, que fue la sociedad científica que difundió el dato, al mismo tiempo que subrayaba que la supuesta falta de confianza en la vacuna no estaba en absoluto justificada y aconsejaba a los profesionales sanitarios la necesidad de protegerse frente a la gripe A: “Es preciso garantizar que el sistema sanitario funcione con normalidad y se evite un posible contagio a pacientes con patologías graves”, citaba la SEMERGEN en un comunicado.

Cuando la vacuna contra la gripe A ya estuvo disponible en España el 16 de noviembre, buena parte de los españoles a los que se recomendaba vacunarse decidieron no hacerlo. No todos, evidentemente. A principios de diciembre ya se habían vacunado en nuestro país un millón de personas, principalmente los enfermos crónicos. Pero esa cifra solamente representaba un 12% de los grupos de riesgo. En cuanto a médicos y personal de enfermería, se espera que se inmunice un porcentaje similar al que lo hace cada año frente a la gripe estacional, alrededor de un 25%.

Encuesta del Consejo General de Enfermería

¿Pero cuál es la percepción que tiene la población española de la gripe A? El Observatorio Sanitario del Consejo General de Enfermería realizó a finales de noviembre a una encuesta a 500 personas de diversos puntos de la geografía nacional, un trabajo que permite tener una visión aproximada de lo que pensaban los españoles a los pocos días de que se comenzara a administrar la vacuna.

Entre los datos más relevantes hay que señalar que el 53,4% de los participantes opinó que la gripe A es una enfermedad leve o muy leve, mientras que el 36% la consideró grave o muy grave. A pesar de ese último dato, es revelador que el 86,4% de los encuestados declara sentirse poco o nada preocupado, frente a sólo el 13,2%, que manifiesta estar bastante o muy preocupado. Es cierto que el nivel de preocupación es mayor entre las personas incluidas en grupos de riesgo, ya que así lo afirma el 33,1% de ellas, frente a sólo el 9,9% de los individuos no integrados en esos grupos. En el momento de hacerse la encuesta solamente el 7,1% de los participantes se había vacunado contra la gripe A.

En este contexto, uno de los datos más importantes que ofrece este estudio es que el 86,4% de los que no se habían vacunado no tenía intención de hacerlo. Globalmente, el porcentaje que se ha vacunado o piensa vacunarse se sitúa en nuestro país en el 19,73%. Como cabía esperar, esa cifra es mayor entre las personas incluidas en los grupos de riesgo (52,6%) que en el resto (14,2%), aunque debería ser motivo de reflexión que casi la mitad de los individuos a los que se recomienda la inmunización no tengan intención de protegerse.

Finalmente, otro dato interesante de la encuesta es que el 71,2% de los entrevistados percibe que médicos y enfermeros únicamente están recomendando la vacuna a los grupos de riesgo. Únicamente el 6% cree que se aconseja a toda la población, un 6,1% piensa que se recomienda sólo en casos excepcionales y un 7,3% declara que no se está recomendando la vacuna a nadie.

Todos estos datos nos ofrecen un panorama distinto al que cabía esperar hace medio año, pues aunque la recomendación de la vacuna se ha delimitado a las personas con mayor riesgo de complicaciones en caso de contraer la gripe A y a otras que por su profesión conviene que estén inmunizadas para no expandirla, en ningún caso la cobertura será alta. De generar alarma, la enfermedad ha pasado a dejar de preocupar a la mayoría.

Para Máximo González Jurado, presidente del Consejo General de Enfermería, “es necesario que hagamos llegar a la población de riesgo la percepción de que afrontar la gripe A con una enfermedad crónica supone un peligro real que no podemos subestimar”.

Lo ideal sería buscar el equilibrio en la información que llega a los ciudadanos. La gripe A no es un resfriado común. Aunque es menos letal de lo que podía temerse, es capaz de matar, y no únicamente a personas con enfermedades previas. En el mundo, casi el 40% de las muertes se producen en individuos sin patologías, tal como han mostrado algunos estudios. Por lo tanto, aunque las probabilidades de contraer una gripe A grave y con complicaciones sean muy pocas, no está de más que se asuman las medidas preventivas que brindan las autoridades sanitarias. El mensaje del Ministerio de Sanidad es bien claro al respecto: “Hay que seguir en guardia y deben vacunarse las personas que están en riesgo”.

Mutaciones, un nuevo actor en escena

En noviembre entró otro actor en escena, las mutaciones del virus A(H1N1). La alerta saltó en Noruega, donde se detectó una alteración en el virus que habían contraído tres personas. Dos habían fallecido y la tercera se encontraba grave. Desde entonces se han notificado mutaciones en diversos países, noticias cuyo tratamiento informativo requiere también mucho cuidado para no crear de nuevo una alarma injustificada en la población.

Para el Dr. Benito Almirante, jefe de Sección del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Universitario Vall d’Hebron, de Barcelona, “cualquier modifi- cación de la estructura genética de un agente infectivo humano comporta un motivo añadido de preocupación sobre su papel como patógeno y sobre las consecuencias que pueda condicionar en la respuesta a las terapias convencionales. Hasta el momento –añade–, las mutaciones detectadas en el virus de la gripe pandémica afectan a determinados aminoácidos de las proteínas de su pared que, en ocasiones, pueden ser responsables de la pérdida de eficacia de alguno de los antivirales más utilizados, concretamente del oseltamivir”.

Sin embargo, esas mutaciones no significan, al menos de momento, que la gripe A sea más grave o mortal. “Todavía no se ha demostrado que la existencia de los virus portadores de alguna de estas mutaciones tengan una mayor capacidad virulenta –dice el Dr. Almirante, aunque se conoce con exactitud que, debido a la falta de respuesta a alguno de los antivirales, pueden ser causa de una infección de mayor duración, tanto en los síntomas clínicos como en la eliminación de virus a través de las vías respiratorias. La repercusión directa sobre la mortalidad aún no ha sido comprobada”.

Siguiendo con el tema de las mutaciones, este especialista opina que “los sistemas más adecuados para hacer frente a esta problemática, por otro lado habitual en el caso de los virus gripales en su conjunto, son: realizar una vigilancia epidemiológica sistemática de su aparición, según las recomendaciones de la OMS; utilizar de forma adecuada los antivirales en las situaciones clínicas en las que estén indicados y, por último, favorecer y promocionar el uso de la vacunación específica en las poblaciones de riesgo”.

LAS GRANDES PANDEMIAS DEL SIGLO XX

1918. La mal llamada gripe española, puesto que se originó en estados Unidos, fue la más mortífera de la historia. Los desplazamientos de tropas por todo el planeta a causa de la Primera Guerra mundial favorecieron la difusión de la epidemia cuyos primeros casos se detectaron en marzo de aquel año. La primera oleada no causó mucha mortalidad, pero fue muy contagiosa. sin embargo, a partir de agosto de 1918, una segunda oleada se inició simultáneamente en Francia, estados Unidos y sierra Leona con un virus gripal que había multiplicado por diez su capacidad de matar. Aunque las cifras no están muy claras, se estima que aquella gripe pudo acabar con la vida de más de 40 millones de personas, sobre todo jóvenes de 15 a 35 años de edad. menos de un 1% de las víctimas mortales era mayor de 65 años. se calcula que casi un tercio de la población mundial contrajo aquella enfermedad, provocada por una variante del virus gripal A/H1n1.

1957-1958. La gripe asiática se desencadenó en una provincia de China, aunque los primeros brotes se detectaron en Hong Kong y en singapur. La enfermedad se extendió por todo el mundo en la primavera de 1957. el virus era una variante H2n2 que resultó ser bastante menos agresiva que la de 1918. Además, a finales de aquella década, los países estaban mejor preparados para combatir una pandemia de gripe. La cifra de víctimas mortales fue de 2 millones.

1968-1969. se la llamó gripe de Hong Kong, aunque también se originó en el sur de China y afectó al poco tiempo a la entonces colonia británica. Acabó extendiéndose por todo el planeta, pero afortunadamente la virulencia de aquella variante H3n2 fue menor que en las pandemias anteriores. Los síntomas de la enfermedad eran moderados y mató aproximadamente a un millón de personas.

Cuando la vacuna de la gripe A estuvo por fin disponible, una buena parte de los españoles a los que se recomendaba vacunarse decidieron no hacerlo

En nuestro país, la opinión sobre la gripe A pasó del negro al blanco sin tener en cuenta la gama de los grises
JANO 18 de Enero 2010

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