En los últimos años se viene demostrando que el alto consumo de azúcar contribuye al desarrollo de sobrepeso, obesidad y sus complicaciones, entre ellas, diabetes, cáncer y enfermedades del corazón. Mientras que la Organización Mundial de la Salud aconseja limitar el uso del azúcar a no mas de seis cucharaditas de azúcar al día, la mayor parte de la población supera largamente esa cantidad. Una sola latita de gaseosa contiene por ejemplo, de 11 a 13 cucharaditas de azúcar.
Tal como lo reportamos en un anterior artículo de esta serie, debido a su escasez, el azúcar era muy caro, contándose que cuando el sultán Ahmed al-Mansur (1549-1603) construyó su palacio Al Badi en Marrakech; el oro, el mármol italiano y el ónix fueron obtenidos en trueque por su mismo peso en azúcar y a comienzos del siglo XVI, una sola cucharita de azúcar costaba el equivalente a 5 dólares modernos.  Con la introducción de la caña de azúcar a las Américas por Cristóbal Colon, se produjo la producción industrial y el abaratamiento del azúcar. Al aumentar la producción, empezó también la comercialización del producto, ayudada por la natural inclinación gustativa del ser humano a los dulces.
El concepto de calorías y su contenido en los alimentos fue desarrollado en 1896 por el científico norteamericano Wilbur Atwater. Al conocerse que bebidas y alimentos eran fuente de calorías del organismo, era simplemente lógico que a partir de esa época los científicos primero, y el público después, empezaran a preocuparse por el consumo de calorías como un método de control del peso.
Y aquí es donde, de acuerdo a un reciente artículo de la revista Pacific Standard,  empieza la interferencia de la industria del azúcar con la salud pública y su inevitable comparación con los nefastos métodos de la industria del tabaco.
Todo empezó cuando la odontóloga Cristin Kearns, que trabajaba en una prestigiosa compañía de seguros en California, atendía una conferencia profesional de dentistas. Un colega le dio un panfleto educativo sobre salud dental dirigido a los pacientes con diabetes. Entre las recomendaciones que daba la publicación decía que, para reducir las caries, los diabéticos debían aumentar las fibras y reducir sal, grasas y “calorías”. Al leer la publicación, a la Dra. Kearns le llamó inmediatamente la atención que no se mencionara al principal culpable de las caries en diabéticos y no diabéticos: el azúcar. ¿Por qué no esta el azúcar en esa lista?, se preguntó la Dra. Kearns. ¿Por qué dice “calorías” en vez de azúcar?
¿No será que de algún modo la industria del azúcar este dictando lo que dicen los científicos en las campañas educativas? Ese pensamiento quedo clavado en su mente y obsesionada, dejó su lucrativo trabajo de dentista y decidió investigar.
Los resultados de su investigación fueron publicados el año pasado en la revista PLOS Medicine en un artículo titulado ‘Influencia de la industria del azúcar en la agenda científica, relacionada a la caries dental, del Instituto Nacional de Salud Dental del año 1971: un análisis de documentos internos de la industria’.
Los hallazgos
Cuenta la Dra. Kearns que lo primero que hizo fue buscar en el Google, evidencias de la existencia de algún grupo representativo de la industria del azúcar y su primer hallazgo fue en un oscuro libro de los cuarentas titulado ‘Zoology Reprints and Separata’ Vol. i66. Allí, entre artículos sobre pájaros y otros animales, encontró un par de panfletos en las que una organización llamada ‘Fundación para la Investigación del Azúcar’ (Sugar Research Foundation), daba cuenta de sus premios anuales.
De allí para adelante, la cosa fue ardua pero gratificante. Empezó a encontrar documentos que hablaban sobre la influencia de esa organización (representante de la poderosa industria azucarera de los Estados Unidos) sobre los científicos de la época. Uno de sus principales hallazgos fue la colección de cartas del Dr. Roger Adams, profesor emérito de química orgánica de la Universidad de Illinois quien era a la vez asesor de la ‘Fundación para la Investigación del Azúcar’.
Esa colección de cartas reveló que cuando los científicos del Instituto Nacional de Investigación de Salud Dental proponían realizar estudios encaminados a que los norteamericanos disminuyan su consumo de azúcar para reducir las caries dentales, el Dr. Adams y otros poderosos asesores de la industria azucarera, desviaban la atención de los científicos del gobierno e influenciaban para que acepten estudios que nada tenían que ver con el control del consumo de azúcar. Una iniciativa proponía por ejemplo que en vez de limitar el consumo de azúcar, había que inventar “una vacuna” contra las caries.
Cuenta la Dra. Kearns que el mismo mes en el que los científicos del gobierno se tenían que reunir para determinar la agenda de investigaciones científicas del año, fueron invitados por la ‘Fundación para la Investigación del Azúcar’ para discutir el mismo tema. La Dra. Kearns descubrió que los científicos gubernamentales adoptaron 78% de las recomendaciones alcanzadas por la industria en su reunión.
Y si usted se esta preguntando amable lector, ¡pero que tontos esos científicos del gobierno, cómo se dejaron influenciar, es que acaso no tenían personalidad! Le digo que la industria usaba una táctica ganadora.
Lo que hacía la industria era financiar generosamente los estudios de investigación de algunos destacados científicos, con lo que estos profesores lograban publicaciones y prestigio. Al tener prestigio, la industria los usaba para que sirvan como presidentes de grupos de estudios en sus reuniones, con lo que lograban la influencia que deseaban sobre los científicos del gobierno.
Un ejemplo citado por la Dra. Kearns es el del Dr. Frederick Stare, fundador del departamento de nutrición de la Universidad de Harvard quien recibió dinero de la industria del azúcar para realizar 30 investigaciones entre 1952 y 1956. Con los resultados de sus investigaciones, el Dr. Stare y sus colaboradores escribieron una revisión titulada ‘El azúcar en la dieta del hombre’, la cual concluía que el azúcar no estaba relacionada con la diabetes y las enfermedades del corazón. Esas conclusiones fueron usadas por la Administración de Medicinas y Alimentos de los Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) para clasificar al azúcar como un producto que puede consumirse libremente y por tanto no debe ser sometido a ninguna regulación.
¡Imagínese, quien se va a oponer a un estudio de la universidad de Harvard! Lo que no se sabia era que la base de esos estudios estaba sesgada por la influencia del dinero de la industria del azúcar.
Corolario
Al igual que el examen de los famosos documentos de la industria del tabaco permitió conocer que esa industria no solo sabía que la nicotina era adictiva y sus productos causaban enfermedad y muerte, sino también que conspiraron para ocultarle esa información al público; estamos a las puertas de conocer el comportamiento de la industria del azúcar en contra de la salud pública. La Dra. Kearns trabaja ahora con el Dr. Stanton Glantz, de la Universidad de San Francisco, el hombre que precisamente desenmascaró a la industria del tabaco, por lo que se esperan más revelaciones en el futuro.
Al respecto, el periodista Anahad O’Connor del New York Times reveló recientemente un intento moderno de la industria del azúcar en influenciar la agenda pública. En un controversial articulo publicado en agosto del 2015, O’Connor reveló que el Dr. James Hill, profesor de la escuela de medicina de la Universidad de Colorado fundó con dinero de la Coca Cola, una organización llamada Global Energy Balance Network, la cual afirmaba que el peso de un ser humano no dependía del azúcar que se consume sino de la falta de ejercicio. Lo oscuro del proyecto es que en los documentos de esa organización “científica” no figuraba en ningún lado que sus dineros provenían de la Coca Cola. Es decir la Coca Cola estaba usando el viejo truco de usar científicos para desviar la orientación de las investigaciones. Nadie ha explicado mejor esa torcida iniciativa que el Dr. Kelly D. Brownell, decano de la Facultad Sanford de Política Pública de la Universidad de Duke, y cito al pie de la letra: “como negocio, Coca-Cola se centró en vender un producto con una gran cantidad de calorías, mientras que su filantropía se centra en cómo eliminar esas calorías: el ejercicio”. Ante el escandalo, la organización fue cerrada en noviembre del 2015.
Y nos preguntamos, ¿cuán poderosa será la influencia de la industria de bebidas azucaradas y alimentos procesados del Perú que ha logrado maniatar al presidente Ollanta Humala para que ignore su propia Ley de Alimentación Saludable de Niños, Niñas y Adolescentes?  ¿Cuál será la influencia de esa industria que ha logrado que sus representantes se sienten en la mesa de negociaciones con los representantes del ministerio de salud? ¿Acaso las tabacaleras se sientan en la mesa de negociaciones de planes de control del tabaquismo del MINSA?
Sr. Presidente, le sugiero respetuosamente que bautice a esa ley como la ‘Ley Samín’ en honor a su tercer niño, pero promúlguela antes de dejar su cargo. Solo le quedan seis meses, no ceda ante las presiones, las futuras generaciones de peruanos se lo agradecerán.