Uno de los refranes mas antiguos (probablemente derivado del latín ‘qualis pater talis filius’) “de tal palo tal astilla” resalta que las características (físicas o psicológicas) de un miembro de la familia proviene de sus ancestros. Cuando la madre alaba a su hijo por ser un lector empedernido, o lo regaña por su terquedad, le dice “igualito a tu padre… de tal palo tal astilla”.
Recientes estudios genéticos le están dando un significado real a esa antigua frase y nos están demostrando que, además de las obvias características visibles externas que heredamos de nuestros padres a través de los genes –color de ojos, forma de la nariz, etc., también heredamos ciertas características de comportamiento sorpresivamente determinadas por el estilo de vida que tuvieron nuestros padres e incluso nuestros abuelos.
En otras palabras –y esto es lo revolucionario del concepto- ciertas experiencias de vida de nuestros padres y abuelos quedaron de alguna manera grabadas en el material genético que nos transmitieron, determinando así nuestro futuro comportamiento.
Epigenética
Recordemos que la genética nos ha enseñado dos importantes principios o dogmas. El primero es que los genes con los que hemos nacido no pueden ser cambiados, es decir, lo que se heredó, se heredó y ya no hay manera que el genoma cambie durante la vida.
El segundo dogma es que los caracteres hereditarios sólo están contenidos en los genes de los cromosomas que heredamos de nuestros padres. En otras palabras, lo que no está en los genes no puede ser heredado.
Pero en los últimos años, y gracias a la relativamente nueva ciencia de la epigenética (de ‘epi’ encima de y genética), ambos dogmas se están derrumbando. Ahora sabemos por ejemplo que debido a la influencia del medio ambiente, el genoma de un ser humano si puede cambiar después del nacimiento, y como mencionamos al inicio de esta columna, las vivencias de nuestros padres y abuelos pueden ser de alguna manera heredados y esa herencia, al parecer, no está contenida en el ADN. Es decir si es posible heredar algo que no está en los genes.
La epigenética estudia el modo en que el medio ambiente (factores socio económicos, alimentación, tabaquismo o abuso del alcohol) es capaz de cambiar la genética de una persona, y como esos cambios pueden predisponer al desarrollo de alguna enfermedad (desarrollo de un cáncer por ejemplo). Es decir, la epigenética estudia la influencia que tiene el medio ambiente sobre la actividad química de los genes, influencia que determina que los genes se aparten de su función normal, desvío que puede alterar el curso de una enfermedad.
Epigenética del comportamiento
Un reciente estudio, publicado en mayo del 2016 por investigadores de la Universidad Georgetown en el “American Journal of Stem Cells”, hace una extensa revisión sobre la epigenética, pero no la de los cambios epigenéticos que ocurren después del nacimiento, tales como la influencia que tiene el tabaco, la obesidad y el estrés sobre el futuro desarrollo de enfermedades, sino de los cambios epigenéticos que hemos heredado como consecuencia del estilo de vida del padre. Y esto es importante porque tradicionalmente, siempre se ha insistido en que sea la madre la que practique un estilo de vida saludable para tener un niño normal.
Por ejemplo, a pesar de no existir historia familiar de esquizofrenia, autismo y ciertos trastornos congénitos, un padre de edad avanzada tiene hijos con mayor frecuencia de esas enfermedades. La pregunta aquí es ¿cuáles son los factores no contenidos en los genes que hacen que el esperma del padre añoso pueda hacer que los hijos tengan problemas después del nacimiento?
Otro estudio descrito es aquel que ha encontrado que si el padre  pasó hambruna durante su niñez, sus hijos tendrán menos frecuencia de sufrir de enfermedades del corazón. Otro más describe que los hijos de padres obesos van a tener células de grasa más grandes, cambios metabólicos, diabetes, obesidad e incluso cáncer del cerebro.
Del mismo modo, se ha encontrado que un padre que ha vivido bajo severo estrés, puede tener hijos con trastornos del comportamiento y que el 75% de los bebes nacidos con el llamado síndrome del feto alcohólico, se producen sin que la madre haya consumido alcohol. Fíjese estimado lector, que no estamos hablando aquí de que el hijo herede la predisposición del padre a ser alcohólico, sino de cambios en la forma de la cabeza, la cara y el desarrollo intelectual del bebe, sin que la madre haya tomado una sola gota de alcohol. La pregunta sería ¿cuáles son los mecanismos que explican este tipo de herencia?
Las investigaciones han encontrado que el papel de ciertos compuestos químicos llamados metilo es fundamental para explicar cómo el medio ambiente puede cambiar la expresión genética de los genes. El aumento o disminución de esos grupos metilo son los que determinan la actividad de los genes por lo que ya se están diseñando medicamentos que puedan influir sobre la llamada metilación del ADN.
Los autores concluyen diciendo que este nuevo campo de investigación debe ser estructurado de tal manera que se sepan aquilatar la contribución epigenética de ambos, del padre y de la madre, en vez de que sean analizadas por separado. La futura salud del hijo no sólo depende entonces de los genes de los padres o los cuidados de la madre durante el embarazo, sino también de las experiencias vividas por los padres desde antes que se conozcan.