¿Será verdad que aliviar las enfermedades de los miserables mejora su estado de pobreza? Especialmente, dicen algunos, que combatir las enfermedades epidémicas y también las degenerativas, como infartos o el cáncer, mejora la situación económica de los desposeídos. Hay aforismos como: Otorgando salud se alivia la pobreza o acude al Centro de Salud y vivirás mejor, los que pronunciados solemnemente parecen parte de los evangelios.
Cuando, en realidad, son frases de una engañosa publicidad, como la de esos lemas de propaganda comercial que anuncian, por ejemplo, un jugo de frutas siendo en realidad una bebida con sabor artificial a manzana, durazno, naranja o cualquier otro producto vegetal. La salud, la real, es un estado con la satisfacción de las necesidades básicas para vivir como todo humano tiene derecho.
Por otro lado, es un hecho resaltante que la ciencia y la técnica de la prevención de las enfermedades epidémicas avanza a paso acelerado, en buena hora. Entre otras cosas ha logrado disminuir de manera resaltante la mortalidad infantil en el Perú. Ya las plagas como viruela, sarampión, polio, tos convulsiva, deshidratació n por diarreas y otras han desaparecido o están en vías de hacerlo. Pero una enfermedad no ha sido erradicada. Esa es la pobreza, como componente etiológico de otros males del cuerpo y la mente (del alma). Por ejemplo, el caso de una madre abandonada con varias criaturas, que vive en choza de esteras y enfrenta graves problemas para sostener a su familia. Sus hijos ya no enferman ni mueren de todas las enfermedades infectocontagiosas antes enumeradas. Si logra tener otros hijos, su pobreza empeorará, por el aumento de las bocas que alimentar y las necesidades básicas que atender. La ausencia de enfermedades, antes mortales, producirá la paradójica situación de agravamiento de la pobreza si no se dan oportunidades para mejorar el nivel de vida de los deposeídos. Entonces es falso que la ausencia de enfermedades, entre los pobres, mejore su situación económica.
Justicia social es el estado de bienestar con un buen salario, buena vivienda, seguridad social con riesgos de salud, retiro digno, invalidez o viudez cubiertos, buena educación y buena alimentación. Tal como lo establece el Artículo 25 de la Carta de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, que está incorporado en nuestra propia Constitución, como un mandato. Esto se refuerza con los establecidos por la OMS, cuando, en 1978 (en Alma Ata), declaró que la salud no debe considerarse solamente como el estado con ausencia de enfermedades sino, fundamentalmente, como uno en el que las necesidades para una vida digna estén satisfechas.
Hay que considerar que la insatisfacció n de las necesidades básicas, arriba establecidas, es la causa de enfermedades; es decir, que existe, en el mundo entero, una “Patología de la Pobreza”. Un grupo de enfermedades producidas por la miseria, como causa directa. Un ejemplo, es la tuberculosis. Entre los pobres no se pretende curar con pastillas. Con estrategias sanitarias imaginativas basadas en captar, por medio de un análisis sencillo y baratísimo, en el esputo el bacilo causante de esa enfermedad; para de inmediato, ofrecerles tratamiento gratuito, con un número de remedios específicos, incluyendo el pasaje en micro al centro de salud donde le imparten la prescripción y un desayuno. La OMS ha felicitado al Ministerio de Salud peruano por la supuesta eficacia de esta campaña y propicia la propagación de esta metodología a otros países. Pero existe un hecho, seguramente antipático para esos expertos. La incidencia de la enfermedad no ha bajado significativamente y permanece como una causa importante de muerte, en comparación con el ámbito mundial y con la región americana. Eso es porque el contagio se produce inevitablemente cuando hay hacinamiento, mala alimentación y deterioro de las defensas del organismo. A esto se agrega, hoy día, que este nuestro país tiene el poco edificante privilegio de estar entre los primeros puestos, a nivel mundial, de casos de la muy peligrosa variedad de tuberculosis resistente a todos los medicamentos antituberculosos. La pobreza se encarga de propagarla. Sin justicia social no se puede curar la tuberculosis en todas sus formas.
Existe otro ejemplo, entre muchos otros, de la miseria como causa de enfermedades. El cáncer del cuello uterino, aquel producido por la infección venérea con el llamado Papiloma Virus Humano (PVH), dos o tres de sus variedades son la causa demostrada de la enfermedad, que es mortal si no es tratada en sus inicios. En los consultorios de los hospitales privados de Lima y provincias su incidencia es igualmente baja, como la de los países desarrollados. Pero, por ejemplo, en las regiones altoandinas como Espinar o en las selváticas como las áreas rurales de Pucallpa, en que se vive en la indignidad infrahumana de pobreza extrema (lugares en los que se ha realizado algunos estudios estadísticos confiables) la incidencia es asquerosamente ¡mundial!
Esa insultante realidad se explica porque viviendo en condiciones cavernícolas, la promiscuidad sexual es el factor de propagación del PVH. Allí las niñas son expuestas a la vida sexual desde muy temprano. Los sanitaristas, ésos que manejan la prevención con inyecciones, se llenarán la boca predicando que ya existe una vacuna contra el PVH, lo que es cierto. Lograrán que el cáncer de cuello uterino disminuya o desaparezca; pero, si no se les alcanza justicia social seguirá la promiscuidad y la vida infrahumana, con gran alegría de los fabricantes de la vacuna y de los “sanitaristas”.
Pero enfermedades y pobreza en los países desarrollados, también existen. En un estudio reciente realizado en Londres se demostró que en los grupos poblacionales afectados de miseria las enfermedades como el cáncer mamario, estómago, infartos del corazón o cerebro son diez veces más frecuentes que en la población general. El autor de este trabajo, Robert Sapolsky (Scientitic American, diciembre de 2005), tituló su estudio, significativamente, como Sick of Poverty (Enfermo de Pobreza)
Ya, entre los sobrevivientes de las plagas infectocontagiosas, entre los estratos más deprimidos de la población peruana hay enfermedades degenerativas. Los sanitaristas han encontrado un vocablo eufemístico para identificar a estas plagas. Denominan a la arterioesclerosis –en todas sus formas–, a la diabetes, al cáncer, la obesidad y a otras plagas como enfermedades “emergentes”. No piensan que no hay peor plaga que una leucemia, una diabetes o un cáncer de la mama entre la gente pobre. Los médicos sin formación en los principios de la medicina social, abstraídos en su ciencia, como si no fuesen humanos, no piensan en el factor etiológico de la pobreza para producir esos males.
En verdad que la pobreza es una enfermedad, cuya cura la formuló Eleanor Roosevelt como embajadora de su país, en la ONU, alrededor de 1948. Cuando se organizaba la estructura de las Naciones Unidas, con la oposición de su propio país, esa luchadora social logró que se aprobase la carta de los derechos humanos. Allí se estableció que todos tenemos el derecho a una vida decente y humana; vale decir, sana. Precepto fundamental que se olvida y se deja de lado, ya que el acceso a la salud integral es inalienable. No puede ser que, en el Perú, un poco más del 25% de población económicamente activa acumule el 70%, de la riqueza nacional, dejando al resto enfermos de pobreza, tal como lo demuestran los economistas como Richard Webb, por ejemplo
Uriel García Cáceres
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