domingo, enero 19, 2014

Papelones de quienes no saben

EL PAPELÓN CIENTÍFICO DEL CONGRESO


por Cristóbal Bellolio (publicada en Las Últimas Noticias del 19 de enero de 2014)
El Congreso aprobó una legislación para retirar el componente timerosal de las vacunas pentavalentes que reciben nuestros niños y los protegen contra difteria, tétanos, tos convulsiva, hepatitis B y otras infecciones. Fue prácticamente unánime. Habrían tomado esta determinación porque el timerosal tendría incidencia en el aumento del autismo infantil. Aplicando el clásico principio precautorio, nuestros bienintencionados senadores y diputados habrían dado un paso adelante en la protección de la salud de la población. Salvo por un detalle: la comunidad científica internacional también es prácticamente unánime en afirmar que el timerosal no tiene relación alguna con el autismo. Los parlamentarios chilenos sencillamente se dejaron llevar por un mito urbano que no cuenta a su favor con ninguna evidencia seria.
Es una mala noticia por varias razones. Primero porque confirma que la ignorancia es ideológicamente transversal respecto al trabajo que lleva adelante la ciencia. Segundo porque alimenta la infundada histeria de los padres que pueden optar por no vacunar a sus hijos, haciéndoles un daño en lugar de un favor. Tercero porque la eliminación del timerosal recomendaría reiterar dosis de otros componentes, resultando en una política pública más cara y con incierta eficacia inmunizadora. Finalmente, diseñar leyes en base a supuestos pseudocientíficos y buscando la aprobación de una galería sincera pero erróneamente atemorizada no contribuye a mejorar la calidad de la política.
Esto es un botón de muestra. Casi todo el debate sobre los alimentos genéticamente modificados –los demonizados transgénicos- se ha centrado en las prácticas de la empresa que comercia estas patentes. Si bien es cierto que Monsanto puede ser objeto de severas críticas, no es sinónimo de la tecnología que utiliza. Sobre la mesa hay buenos argumentos a favor de los transgénicos. Por ejemplo, ha sido y seguirá siendo un buen aliado para incrementar la productividad agrícola, lo que es especialmente valorado en zonas azotadas por el hambre. No busco ni me interesa defender los transgénicos en esta columna; pongo el tema porque cuando esta discusión está boca de nuestros políticos también se mantiene lejos de la evidencia científica.
Quizás nada de esto debiera sorprendernos. Un cuestionario de la Fundación Ciudadano Inteligente reveló que casi la mitad de los congresistas chilenos encuestados no acepta la teoría de la evolución de las especies –que cuenta con el respaldo abrumador de la ciencia- y prefiere declararse “creacionista”. Es decir, creen que Dios hizo el mundo en 6 días (el séptimo descansó), que Adán fue moldeado en sus manos y Eva sacada de su costilla, y que la Tierra no tiene más de 6.000 años (cuando lo correcto está cerca de 4.5 billones).
Esto puede ser para la risa pero es francamente deprimente. Es de esperar que la savia nueva que ingresa este año a los salones de Valparaíso traiga junto a su juventud una mirada un poco más rigurosa de los asuntos públicos especialmente cuando se trata de evaluar la evidencia científica que tanto puede aportar a mejorar nuestra calidad de vida.

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