A lo largo de la historia han existido grandes líderes que llevaron a su gente al progreso y desarrollo. Pero a la par de eso, también hemos sido testigos de tiranos que han puesto su propio bienestar y necesidades por encima del bien común. ¿Por qué ocurre eso? ¿El poder puede embriagar a la persona al punto de transformarlo completamente?
Dentro de los múltiples estudios que se han hecho acerca del poder, destacan los que han documentado la influencia que tiene el poder sobre la salud mental de quien la ejerce. Uno de ellos es el síndrome hubris.
La palabra ‘hubris’ proviene del vocablo griego ‘hybris’ que describe al ser humano que por tener excesiva soberbia, arrogancia y auto confianza, desprecia sin piedad los “límites divinamente fijados sobre la acción humana”. También se le conoce como “el orgullo que ciega”, y hace que la arrogante victima de hubris actúe de manera tonta y contra el sentido común. Ejemplos de hubris en la mitología incluyen a Ícaro que se atrevió a desafiar al sol volando directamente hacia él, y al rey persa Jerjes que ordenó azotar al mar porque una tormenta destruyó sus buques. En su rica mitología griega, la diosa Némesis era la encargada de castigar a las personas que sufrían de hubris, provocando su caída por los actos cometidos. Ellos postulaban que el hubris precede siempre a la caída, un concepto magistralmente expuesto por el historiador inglés Ian Kershaw en los títulos de sus dos volúmenes sobre la vida de Adolfo Hitler: “Hitler 1889-1936: Hubris” y “Hitler 1936-1945: Némesis”.
En su libro “En la Enfermedad y el Poder: Enfermedades de los Jefes de Estado Durante los Últimos 100 Años”, el político y médico británico Lord David Owen, además de estudiar los padecimientos físicos de algunos  presidentes a través de la historia, describe también el perfil psicológico de los poderosos. Una revisión del libro en la revista ‘Foreign Affairs’, dice que a muchas personas, el obtener poder les ocasiona cambios psicológicos que los lleva a la grandiosidad, al narcisismo y al comportamiento irresponsable. Llamado ‘síndrome hubris’, los afectados creen que son capaces de grandes obras, que de ellos se esperan grandes hechos, y creen saberlo todo y en todas las circunstancias, y operan más allá de los límites de la moral ordinaria.
Al explicar el síndrome hubris, el Dr. Owen afirma que los políticos y otras personas en posiciones de poder desarrollan un conjunto de comportamientos que “tienen el tufillo de la inestabilidad mental”. En su descripción cita al filósofo Bertrand Russell que aseguraba que cuando el elemento necesario de humildad no está presente en una persona poderosa, esta se encamina hacia un cierto tipo de locura, llamada “la embriaguez del poder”. En un artículo en la revista Brain en 2009, y en el libro “El Síndrome Hubris: Bush, Blair y la Intoxicación del Poder”, publicado en 2011, el Dr. Owen establece los elementos psiquiátricos del síndrome hubris.
Owen propone 14 criterios para diagnosticar al poderoso con el síndrome hubris, entre ellos, usan el poder para auto-glorificarse, tienen una preocupación exagerada por su imagen, lanzan discursos exaltados en los que usualmente dicen que ellos “son el país o la nación”, demuestran autoconfianza excesiva y un manifiesto desprecio por el sentido común y la inteligencia de los demás, dicen que son tan grandes que solo Dios o la historia los pueden juzgar, pierden contacto con la realidad, son propensos a ser inquietos y a cometer actos impulsivos, permiten que sus consideraciones morales guíen sus decisiones políticas a pesar de ser poco prácticas o muy costosas y demuestran un enorme desprecio por los aspectos prácticos de la formulación de políticas, desafiando la ley y el sentido común, cambiando constituciones o manipulando los poderes del estado. Es obvio que con su comportamiento, los poderosos que sufren de hubris puede afectar negativamente el bienestar del pueblo al que claman representar. En la actualidad, la preocupación por lo que haga el hubrístico Donald Trump es muy obvio.
Según el Dr. Owen, el hubris debe distinguirse (y muchas veces se mezcla) con el narcicismo y con el síndrome bipolar, un trastorno de la salud mental que alterna periodos de manía y grandeza con periodos de depresión. Con respecto al tratamiento del hubris, dice que muchas veces basta con que la persona pierda el poder para “que se cure”, mientras que en muchos otros casos, el hubrístico, trata de mantener el poder indefinidamente, para precisamente, alimentar su trastorno.
La única manera en la que el poderoso puede luchar contra el Hubris es con el ejercicio consiente y metódico de la humildad. En ese sentido, no hay duda que el Papa Francisco es una persona que nos da múltiples ejemplos de lo que es luchar contra el hubris. Rechazar los lujosos aposentos papales y vivir en una habitación de hotel, usar comedores comunales en vez de aislarse comiendo a solas o con algunos escogidos, rechazar los vehículos de lujo y viajar en su humilde Fiat, y alternar frecuentemente con los humildes -como celebrar sus 80 años con méndigos- son algunos de ellos. Y cuando el Papa pide reiteradamente que recen por el, estoy seguro que lo hace para salvarse del hubris. La humildad es la única vacuna contra el hubris.