Fomentar una profesión médica renovada y comprometida, capaz de hallar el papel que en los próximos años debe desempeñar en el sistema sanitario, resulta una apasionante pero difícil tarea. Un grupo de expertos ha compendiado en un libro una serie de recomendaciones dirigidas, precisamente, a definir el lugar que el facultativo ha de ocupar en el espectro sanitario.
El médico del futuro, editado por la Fundación Educación Médica a partir de una iniciativa en la que participó decididamente el Dr. Helios Pardell (1946-2008), y que se ha convertido en su obra póstuma, se vertebra alrededor de 3 cuestiones: qué tipo de médico tenemos, cuál queremos y qué perfil de profesional se puede lograr.
Ese médico ideal ha de reunir algunas características: que trate enfermos, no enfermedades; crítico, comunicador y empírico; responsable individual y social; y que tome buenas decisiones para el paciente y para el sistema. Además, se le requiere que sea líder del equipo asistencial; competente, efectivo y seguro; honrado y confiable; comprometido con el paciente y con la organización y que viva los valores del profesionalismo.
Pero para alcanzar este perfil, los distintos agentes involucrados en el sistema deberían incorporar a sus “parcelas” una serie de recomendaciones que también se contemplan en esta obra. Así, con respecto a la educación de grado, deberían modificarse los criterios de selección de candidatos, más allá de la simple nota de corte actual, para primar el perfil humano y vocacional orientado al ejercicio de la Medicina.
En la etapa de la formación especializada convendría dar más énfasis a la importancia del “currículo oculto” como elemento modelador del comportamiento profesional del futuro especialista. Asimismo, habría que promover un “continuum educativo” entre las etapas de grado, postgrado y formación continuada. Además, se recomienda la conveniencia de diferentes tipos de profesionales, unos con perfil asistencial y otros más tecnológicos.
A partir de su llegada al mercado laboral, los empleadores, tanto públicos como privados, deberían emprender reformas orientadas a optimizar su labor, partiendo de la base de que constituyen un activo fundamental de conocimiento, más allá de su faceta de empleados, y generando una cultura compartida que favorezca un entendimiento “posible y necesario”.
Precisamente, desde la Administración se ha de asumir un papel de agente regulador, diferente del de empleador. En la práctica, este solapamiento genera muchas confusiones y malentendidos que suelen ir en detrimento de la capacidad reguladora y contribuyen a incrementar la rigidez y la burocracia del sistema.
Se considera, finalmente, que en el seno de la profesión existen activos suficientemente cualificados a partir de los cuales se puede llevar a cabo el proceso de adaptación necesario; lo que se necesita “son líderes con una visión clara de futuro y una vocación decidida de cambio”.
Jano.es
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