sábado, agosto 20, 2011

La educación en el Perú



La mirada de Camila

Autor: Patricia del Río
Camila Vallejo es chilena, tiene 23 años, un nombre casi poético, 153 mil 908 seguidores en Twitter, un rostro angelical, y las ideas absolutamente claras sobre cómo debe ser la educación en su país. Camila Vallejo con su pinta de niña buena, su facha de jeans con hueco y sus zapatillas All Star, no solo tiene cautivada a toda la prensa de su país, sino que ha puesto en jaque al gobierno de Sebastián Piñera, porque no está dispuesta a retroceder ni un ápice en la lucha que pelea en las calles junto a miles de universitarios y escolares chilenos: conseguir que la educación en Chile sea pública, gratuita y de calidad. 

La realidad de nuestros vecinos del sur se parece a la peruana en su perversidad: el Estado ofrece una educación mala que carece de financiamiento adecuado; y para contrarrestar esta situación hay una oferta amplia de educación privada que se caracteriza por ser muy caótica y por carecer de regulación eficiente. Salvando las distancias, y reconociendo que la educación chilena es mucho mejor que la nuestra, podemos asegurar que en el Perú el fenómeno se repite con las mismas o peores características. El abandono de la educación pública a lo largo de los años y los vanos intentos por elevar su nivel, han generado la proliferación de una oferta privada a la que todo padre aspira acceder para darles más oportunidades a sus hijos, pero que muchas veces no cuenta ni con la infraestructura apropiada, ni mucho menos con los recursos humanos para que los chicos aprendan algo. Lo que tenemos, entonces, es un Estado indolente que no solo es incapaz de educar a sus niños, sino que es absolutamente inútil a la hora de evitar que la formación de los ciudadanos quede en manos del competitivo mercado. 

Decía el siempre recordado Constantino Carvallo que este sistema en el que la oferta privada busca sustituir la educación pública constituye un apartheid que no ayuda a la la inclusión de la que tanto se habla en el Perú. Mientras los pobres están condenados a asistir a la escuela pública; los sectores medios y altos se refugian en colegios particulares donde se encuentran muchachos que son iguales entre ellos. Nuestros alumnos aprenden a no mezclarse y a no conocer; y se codean en las aulas con compañeros con los que comparten la misma situación económica, social e incluso racial. Esto, obviamente, les ofrece una visión de su propio país absolutamente restringida donde “el otro” –sigo citando a Carvallo— es una construcción imaginaria, exótica, rarísima, al que hay que tenerle miedo y desconfianza. 

En estas circunstancias la educación deja de ser un derecho para convertirse en un privilegio y en una mercancia, y al no haber una educación pública eficiente, el mercado condena a los niños a una competencia feroz, donde para acceder a una buena formación es necesario tener dinero, y además demostrar habilidades extraordinarias. Hoy en día, los colegios más prestigiosos del Perú, se dan el lujo de elegir a uno entre decenas de niños que asisten, aterrados, a los tres años a dar inverosímiles exámenes de ingreso. Les toman pruebas, los descalifican, atarantan a los padres diciéndoles que sus hijos son inmaduros, y les cierran así las puertas a miles de pequeños cuyo único problema es que están siendo obligados a pasar por pruebas inhumanas para las que ninguna criaturita de tres o cuatro años está preparada. 

Hace unos meses, mi hijo tuvo que pasar por uno de estos tortuosos exámenes. Me hubiera encantado ahorrarle el mal rato. Hubiera dado lo que fuera por cruzar la calle y matricularlo en el colegio nacional de la esquina. Pero como quiero que reciba una educación de calidad y el Estado no se la va a ofrecer lo obligué a sus tres añitos a enfrentar una situación traumática. Y con todo tiene suerte, pues hay otros niños que ni siquiera tienen esa opción, y que obligados abarrotarán las aulas de escuelas públicas donde no aprenderán nada. Cada vez que recuerdo la carita de terror de Adriano y su llanto desconsolado pienso en la mirada transparente de Camila y en su lucha. Y me pregunto qué estamos esperando nosotros para exigirle al Estado que de una vez por todas empiece a educar a nuestros niño

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