jueves, marzo 22, 2012

Los médicos y su vanidad



Rafo León
En la deliciosa farsa de Molière Le Médecin malgre lui, el pseudo doctor, en verdad un bruto leñador, transforma con su palabrería el adefesio en ciencia y lo genial es que con esa transformación... consigue hacer creer a sus pacientes que los está curando. Es que la medicina, vendida como objetiva e inequívoca, es una farsa digna de Molière, o peor, indigna de Molière. 

Hace unos años comencé a tener unos dolores muy intensos en las articulaciones, especialmente en las clavículas. En aquel entonces se usaban la radiografías y me mandaron hacer placas con las que fui al no va más de la traumatología del momento, que para mayor abundio, era el médico de la Selección Peruana de Fútbol. El equivalente cholo de Sganarrelle, el personaje de Moliére, ni siquiera abrió el sobre con las radiografías, se hizo el que me escuchaba, me tocó las clavículas, las presionó, me hizo gritar conchatumadre y se volvió a sentar. Puso cara de circunstancias y en voz pálida pero serena me anunció: "Tienes un exceso de tejido óseo..." Yo, que para muchas cosas cojudo no he nacido, la chapé en el aire: "Bueno, doctor, en mi ignorancia sé que eso tiene un nombre menos elegante: cáncer a los huesos". No dijo nada, bajó los ojos y cuando se disponía a escribir indicaciones y recetas, agarré mis placas y me mandé mudar. 

Otro tarumatólo, mi amigo el flaco, fue quien me detectó que lo que yo tengo es artrosis. El flaco es un ser de primera, pero también es médico y eso es como la condición de argentino, más o menos, que mejora cuando desaparece. La cosa es que lo busqué al flaco con mi drama y me dijo que lo urgente era revisar mi adolorida rodilla derecha, la más afectada por la degeneración de tejido y en la que además, sobre cuernos, palos, para seguir con Moliére, había recibido el peor impacto en un accidente en Lurín que de haber sido más exitoso, yo nunca habría conocido el FB. 

Muy bien, me hizo una artroscopía, yo despierto mirando en un monitor el cartílago que no tengo y el desgaste de huesos que sí tengo. El flaco, que además es arequipeño y te dice las cosas sin vaselina, ahí en la sala de operaciones, con un gran sentido de la oportunidad y sabiendo cuánto valoro yo mi trabajo de cronista de viajes, me aspetó, "lo primero, cambia de trabajo, ahora te dedicarás a escribir sentado sobre tus experiencias porque no vas a poder viajar el resto de tu vida". Salí de la clínica, me encerré tres días en mi cuarto, a llorar. Una mañana emergí triunfante, el Ave Fénix renacía de sus cenizas. Hice rehabilitación, medicina no convencional, me traté con hierberos pero tambien con Triflex, obsesivamente me puse a pensar en que si le hacía caso al flaco, en dos años esa silla de escribir iba a tener un par de grandes ruedas. Esto fue hace nueve años. En octubre del pasado fui donde el flaco a mi chequeo anual y desde su calidez arequipeña me preguntó, "¿qué has hecho, ah?, esto parece milago". Le respondí, ¿Qué he hecho? No hacerte caso".

Olvidos, obsesiones por cosas que uno está seguro que ha realizado pero duda de que las hizo, como cerrar con llave, y regresas desde veinte cuadras a tu casa a confirmar que sí habías cerrado con llave; los nombres de mis nietos se me confunden, los nombres de la gente se me están borrando y ya hay quien dice que se me ha subido la mostaza porque no saludo: ¡las caras de la gente se me están borrando! Fui a ver a un célebre neurólogo, a los diez minutos de comenzada la consulta, me sentenció: "Tienes síndrome de atención deficitaria, debes tomar Ritalín". La puta, me he pasado años combatiendo el Ritalín, recuerdo que pensé, "por donde pecas pagas", pero no se la hice tan fácil al doctor y le respondí que me parecía simpe y llanamente una payasada su proceder. La respuesta que vino fue antológica: "Tengo cuarenta años viendo a diario al menos diez pacientes, a mí nadie me discute mis diagnósticos. Tú tienes la mente como un mono suelto. Estoy seguro que si te hago acá un test de inteligencia, revientas los estándares porque tu IQ debe estar muy por encima del promedio, pero es una inteligencia dispersa, saltarina, que en el fondo no te sirve para nada, a ti ni a nadie de tu entorno..." Ese día no había placa que llevarme, apenas mi pasmosa humanidad y eso fue lo que hice, y me fui sin pagar, porque uno, salvo a las dominatrix, uno nunca paga para que le hagan daño.

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