El duelo de los intocables
En Dallas, la novia del fallecido de ébola no pudo despedirse de su compañero ni ser consolada por sus amigos
Ni un abrazo, ni una caricia, ni tan siquiera un rápido gesto para detener con el dedo una lágrima. Cuando Louise Troh fue informada de la muerte de su prometido, Thomas Eric Duncan, nadie la pudo abrazar para consolarla.
Duncan se convirtió esta semana en el primer muerto por ébola en Estados Unidos. Su novia, a la que había acudido a visitar desde Liberia para organizar la boda tras estar años separados, permanece desde hace casi dos semanas en cuarentena.
Troh no muestra por el momento síntomas de ébola. Tampoco lo hacen uno de sus hijos y otros dos jóvenes que ocupaban con ella el pequeño apartamento en el barrio multiétnico de Vickery Meadow en Dallas, Texas, donde se alojó Duncan antes de enfermar y por lo que también deben cumplir cuarentena con ella.
Por si acaso, los pocos que pueden visitarla en el lugar no revelado donde aguarda aislada a saber si se contagió o no deben evitar cualquier contacto físico. El pastor de la congregación de Troh, George Mason, que fue quien tuvo que darle la noticia el miércoles de la muerte de Duncan, lo califica como la “tragedia secundaria” del ébola.
“Cuando recibió la noticia, necesitaba algún tipo de consuelo. Yo estoy acostumbrado a abrazar a la persona en este tipo de situaciones. Pero ella cayó al suelo y tuvo que sufrirlo sola ante nosotros. Todos estábamos allí, pero no podíamos estar realmente juntos y reconfortarnos mutuamente”, relató a la cadena CNN.
Troh también se tuvo que conformar con ver por webcast el homenaje póstumo que realizó su iglesia a Duncan, puesto que tampoco pudo asistir. Amigos y miembros de su comunidad que se comunican con ella casi todos los días aseguran que la noticia la dejó “devastada”. Troh sigue por el momento “bien de salud”, pero la muerte de su prometido la ha “deprimido”.
El ébola no solo condena a la soledad y el aislamiento a los que se contagian del terrible virus como a Duncan, que murió sin poder volver a ver a su novia ni al hijo de ambos, y cuyo cuerpo fue rápidamente cremado para evitar cualquier contagio. También le arrebata a cualquier persona que se sospeche que pueda haberse contagiado el consuelo y la calma que proporciona el contacto físico con un ser próximo.
La congregación de Troh sabe de su soledad y está tratando de paliarla como puede. En una mesita en la antesala de la oficina del pastor Mason, en la Iglesia Baptista de Wilshire que Troh frecuentaba desde que se bautizó este verano, están colocadas unas pequeñas tarjetas decoradas con imágenes de la iglesia, unos bolígrafos, una cesta y un letrero: “Por favor, escríbele un mensaje a Louise Troh y a su familia”.
En la cesta, pese a ser vaciada de forma regular, ya se volvían a acumular la tarde del jueves media docena de mensajes de condolencias y ánimos para Troh. “Llevamos varias”, explica una asistente de la iglesia, que asegura que le hacen llegar las misivas en cuanto pueden a la mujer. Y no son meras “notas”, son auténticas cartas llenas de sentimiento.
Troh reconoció este respaldo explícitamente en el comunicado que emitió tras la muerte de Duncan. “Sin su ayuda, no puedo imaginar cómo habríamos logrado superar esto”, dijo, sabiendo que no todos los que están en su situación -en esa África de la que partió años atrás y su novio hace apenas unas semanas se cuentan por miles ya- tienen un consuelo, aunque sea en la distancia.
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