Encrucijada histórica, por Gonzalo Portocarrero
Se elegirá entre una candidata que no ha logrado desmarcarse de la corrupción y uno que representa un impulso democrático.
- Gonzalo Portocarrero
- Sociólogo
El perfil del electorado que favorece a cada uno de los
candidatos es bastante claro. Las adhesiones a Keiko Fujimori son
mayores entre las mujeres, en el norte del país, en las áreas rurales,
en los sectores D y E y en la ciudadanía de mayor edad. En cambio, los
que apoyan a Pedro Pablo Kuczynski (PPK) son sobre todo los jóvenes, los
sectores A, B y C, y el sur del país. Digamos que el votante
emblemático de Keiko Fujimori sería una señora mayor de un área rural
del norte del país, por ejemplo, Piura. Y el de PPK sería un joven
urbano, estudiante universitario, del sur, por ejemplo, Arequipa.
En anteriores columnas he sostenido que la sociedad peruana ha logrado una serie de aprendizajes colectivos de una gran trascendencia para que nos consolidemos como una nación próspera. El primero es que no sirve jugar con la macroeconomía y que la estabilidad de precios es una condición básica para el desarrollo. Esta es una lección arduamente aprendida en el decenio de los años 80 con la hiperinflación desatada por la irresponsable política heterodoxa del primer gobierno de Alan García.
El segundo aprendizaje es el rechazo a la violencia. Entre los años 80 y 90 los peruanos fuimos testigos de cómo el culto a la violencia se convirtió en un terrorismo demencial que desangró al país sin abrir ninguna perspectiva de futuro.
El tercer aprendizaje se refiere a la necesidad de enfrentar la corrupción y el clientelismo, y tiene como referente el rechazo al régimen de Alberto Fujimori. La corrupción es la madrina de la delincuencia común y la inseguridad ciudadana, y abre las puertas a la influencia del crimen organizado en las diversas instancias de gobierno de la sociedad: municipios, regiones, Congreso, ministerios. Y esta influencia favorece gestiones dictatoriales y poco transparentes.
No obstante, este tercer aprendizaje es incipiente y desigual. Está concentrado sobre todo en la juventud ilustrada, entre los ciudadanos que siguen el proceso político y que se dan cuenta de que la tolerancia a la corrupción (“no está mal que robe con tal de que haga obra”) está llevando a una espiral de violencia y criminalidad.
Pero hay un sector de la ciudadanía donde Keiko Fujimori logra un apoyo muy significativo, que no relaciona la corrupción con la criminalidad y la dictadura; y que se siente muy cómodo en relaciones de clientelaje que implican ser fieles a una opción que se presenta como el germen de un gobierno fuerte pero justo. Entre estos votantes no se ha aprendido la lección que nos dice que un gobierno fuerte no puede ser justo, pues al concentrar el poder y no rendir cuentas se crea la premisa básica para un régimen mafioso. No en vano la sabiduría popular dictamina que “en arca abierta el justo peca”.
Este domingo el Perú tendrá que elegir entre una candidata, Keiko Fujimori, que no ha logrado desmarcarse de la corrupción y que tiene tras de sí un pesado legado de demagogia y cinismo, y un candidato, PPK, que más allá de sus propias intenciones, está representando el impulso moralizador y democrático. Pero las cosas no son tan sencillas, pues es evidente que Keiko Fujimori combina el apoyo que muchos ciudadanos continúan dando a su padre con la simpatía que ella misma despierta.
El carisma de Keiko Fujimori es indudable. Su juventud y la vitalidad y simpatía que irradia le han permitido ganar muchas simpatías. Pero su rostro, habitualmente amable, se endurece y se torna frío y despiadado cuando ataca a sus contrincantes.
Es evidente que PPK no tiene el encanto de Keiko Fujimori. Además, muchos consideran que a sus 77 años es ya demasiado viejo como para asumir un rol tan demandante. No obstante, es también claro que la edad tiende a purificar a la gente, pues a esa altura de la vida los intereses personales cuentan menos y se piensa más en ese futuro que será presente cuando ya no estemos en este mundo. Entonces la pureza de las motivaciones que PPK invoca para sostenerse en el esforzado camino a la presidencia resulta una historia verosímil. Estamos ante un hombre bastante mayor, y de considerable fortuna, que obedeciendo un mandato familiar se ha propuesto entregarle al Perú la posibilidad de un gobierno honesto y democrático. Y no es que le falte el deseo de ser presidente, lo que sucede es que la edad y su propio carácter no lo ayudan.
En anteriores columnas he sostenido que la sociedad peruana ha logrado una serie de aprendizajes colectivos de una gran trascendencia para que nos consolidemos como una nación próspera. El primero es que no sirve jugar con la macroeconomía y que la estabilidad de precios es una condición básica para el desarrollo. Esta es una lección arduamente aprendida en el decenio de los años 80 con la hiperinflación desatada por la irresponsable política heterodoxa del primer gobierno de Alan García.
El segundo aprendizaje es el rechazo a la violencia. Entre los años 80 y 90 los peruanos fuimos testigos de cómo el culto a la violencia se convirtió en un terrorismo demencial que desangró al país sin abrir ninguna perspectiva de futuro.
El tercer aprendizaje se refiere a la necesidad de enfrentar la corrupción y el clientelismo, y tiene como referente el rechazo al régimen de Alberto Fujimori. La corrupción es la madrina de la delincuencia común y la inseguridad ciudadana, y abre las puertas a la influencia del crimen organizado en las diversas instancias de gobierno de la sociedad: municipios, regiones, Congreso, ministerios. Y esta influencia favorece gestiones dictatoriales y poco transparentes.
No obstante, este tercer aprendizaje es incipiente y desigual. Está concentrado sobre todo en la juventud ilustrada, entre los ciudadanos que siguen el proceso político y que se dan cuenta de que la tolerancia a la corrupción (“no está mal que robe con tal de que haga obra”) está llevando a una espiral de violencia y criminalidad.
Pero hay un sector de la ciudadanía donde Keiko Fujimori logra un apoyo muy significativo, que no relaciona la corrupción con la criminalidad y la dictadura; y que se siente muy cómodo en relaciones de clientelaje que implican ser fieles a una opción que se presenta como el germen de un gobierno fuerte pero justo. Entre estos votantes no se ha aprendido la lección que nos dice que un gobierno fuerte no puede ser justo, pues al concentrar el poder y no rendir cuentas se crea la premisa básica para un régimen mafioso. No en vano la sabiduría popular dictamina que “en arca abierta el justo peca”.
Este domingo el Perú tendrá que elegir entre una candidata, Keiko Fujimori, que no ha logrado desmarcarse de la corrupción y que tiene tras de sí un pesado legado de demagogia y cinismo, y un candidato, PPK, que más allá de sus propias intenciones, está representando el impulso moralizador y democrático. Pero las cosas no son tan sencillas, pues es evidente que Keiko Fujimori combina el apoyo que muchos ciudadanos continúan dando a su padre con la simpatía que ella misma despierta.
El carisma de Keiko Fujimori es indudable. Su juventud y la vitalidad y simpatía que irradia le han permitido ganar muchas simpatías. Pero su rostro, habitualmente amable, se endurece y se torna frío y despiadado cuando ataca a sus contrincantes.
Es evidente que PPK no tiene el encanto de Keiko Fujimori. Además, muchos consideran que a sus 77 años es ya demasiado viejo como para asumir un rol tan demandante. No obstante, es también claro que la edad tiende a purificar a la gente, pues a esa altura de la vida los intereses personales cuentan menos y se piensa más en ese futuro que será presente cuando ya no estemos en este mundo. Entonces la pureza de las motivaciones que PPK invoca para sostenerse en el esforzado camino a la presidencia resulta una historia verosímil. Estamos ante un hombre bastante mayor, y de considerable fortuna, que obedeciendo un mandato familiar se ha propuesto entregarle al Perú la posibilidad de un gobierno honesto y democrático. Y no es que le falte el deseo de ser presidente, lo que sucede es que la edad y su propio carácter no lo ayudan.
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