Los locos del cuadrado
HERRAMIENTAS
Tal vez usted ya conozca el ejercicio. Aún así vale la pena recordarlo. Imagine un cuadrado que no está delimitado por líneas, sino por puntos. Tres puntos en cada uno de los lados del cuadrado. Y un punto adicional en el centro del mismo. Usted tiene que unir todos los puntos (los nueve) con cuatro líneas o trazos continuos, es decir, sin levantar la mano.
Cuando me plantearon este ejercicio hace ya más de una década, no pude resolverlo. Pero me dejó la idea que uno debía estar atento a aquellos momentos en los que, buscando soluciones a los problemas, se quedaba solamente “dentro del cuadrado”. Porque la solución al ejercicio antes planteado implica que algunos de los trazos salgan de los “límites” que nuestro cerebro se ha impuesto y que los ha definido a partir de los puntos ahí establecidos.
Años más tarde tuve la oportunidad de llevar el diplomado Toma de Decisiones y Pensamiento Sistémico, con Gonzalo Galdos, actual rector de la UPC. El objetivo era aprender a identificar cuándo nuestras elecciones/pensamientos están determinados por ideas preestablecidas (paradigmas) o cuándo nuestras emociones juegan un rol en ellos. Un curso lleno de casos reales y útiles, como cuando los ingenieros que desarrollaron el Challenger decidieron que el transbordador espacial estaba listo para iniciar su travesía y este finalmente estalló. ¿Qué falló? Recuerdo el examen final de grupo. Apenas terminado, saliendo del aula, me percaté de que el resultado al que habíamos llegado no era el correcto, y detecté en qué nos habíamos equivocado. Recuerdo haberle mandado un mail a Gonzalo diciéndole dónde había estado el error. “No importa —me respondió—. Lo importante es que no te volverá a pasar”.
No sé si efectivamente no volvió a pasar. Pero traigo a cuenta toda esta historia porque si algo continúa atrapándonos como sociedad e impidiendo que logremos dar saltos cualitativamente más importantes es que estamos atrapados en un cuadrado delimitado por unos pocos paradigmas (puntos) que han sido asumidos como plenamente válidos. Y cuando alguien intenta moverse un paso fuera de él, inmediatamente le cae encima toda la avalancha de tenedores de la verdad absoluta. La denominación caviar ya dejó de ser un adjetivo utilizado para encasillar solo a quienes se interesan por los derechos humanos o para quienes, teniendo cierta comodidad económica, muestran una preocupación por los pobres. Ahora se aplica también a todo aquel que se muestra dispuesto a pensar fuera de ese cuadrado, delimitado por la línea de pensamiento económico que se volvió imperante desde las reformas de los noventa.
Más allá de que dichos tenedores de la verdad son columnistas o líderes de opinión en algunos medios importantes (en ciertos casos cargados de ideología y con fundamentos económicos bastante pobres), lo que resulta trágicómico es que alguien pueda creer que en dos décadas nada cambió, que lo que era válido en los noventa sigue siendo totalmente vigente hoy, no solo en el Perú, sino sobre todo en el mundo (ver columnas de opinión de José Carlos Orihuela y José Luis Chicoma en esta edición). Si ese tipo de pensamiento hubiese primado en nuestra especie, no habríamos llegado hasta donde estamos.
Un ejemplo de alguien que entiende que las situaciones cambian y, por lo tanto, implican acciones diferentes para momentos particulares, es el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Él, más allá de los resultados finales que obtenga, ha pasado de ser uno de los líderes del enfrentamiento armado contra las FARC, a convertirse en el abanderado de un proceso de paz basado en el diálogo. En esta edición de PODER encontrará un artículo que relata cómo se ha conseguido resolver uno de los puntos más sensibles en la negociación con la guerrilla y, a la vez, uno de los problemas estructurales de Colombia: el de la tierra. Ello a pesar de la oposición de algunos gremios empresariales. ¿Se imagina usted a algún empresario peruano haciendo o planteando algo similar en una situación parecida en nuestro país? No solo terminaría encasillado con algún calificativo, sino que seguramente sería expoliado del establishment perucho.
Otro personaje que estuvo recientemente en el Perú y que una vez más vino a remover pensamientos preestablecidos fue Ricardo Hausmann, de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard. Tras haber estado en la CADE 2012 y en el último World Economic Forum en Lima, esta vez participó en un evento de la Sociedad Nacional de Industrias, donde nos recordó lo mal que estamos en aquellas variables que caracterizan a los países desarrollados que han logrado un crecimiento sostenido en el largo plazo: la diversidad de capacidades basadas en el conocimiento. Además de romper con las limitaciones que conllevan conceptos como el valor agregado, Hausmann considera ingenuo creer que el mercado se encarga de ordenarlo todo, y que el Estado no tiene por qué temer ingresar a aquellos campos en los que la iniciativa privada es insuficiente. Además, que la estandarización de las pruebas que miden las capacidades de los niños no tiene sentido en un mundo donde lo importante para generar valor es la diversidad del conocimiento.
¿Por qué, entonces, en el Perú seguimos atrapados en los límites del “cuadrado noventero”? Por un lado, porque se ha dejado que el espacio del debate público esté copado por aquellos que justamente se han quedado estancados en esa década. Y segundo, porque quienes piensan diferente han preferido guardar silencio o no ser tan explícitos en su discrepancia. Felizmente eso está cambiando. Por ejemplo, en un reciente artículo de José Gallardo y Piero Ghezzi se cuestiona la relación simplista que se ha establecido entre crecimiento económico, aumento de la conectividad y reducción de la pobreza en zonas rurales. Los autores explican cómo esa mayor conectividad es resultado de políticas públicas explícitas que permitieron que eso se dé. No fue únicamente por la “magia” del mercado. Como estos, hay otros ejemplos, como el de Carlos Anderson, hoy cabeza del Ceplan. Ninguno de ellos propone ni piensa siquiera en acabar con la responsabilidad macroeconómica, la apertura comercial, etc., pero sí en que es necesario buscar soluciones creativas para aquello que no hemos podido resolver hasta el momento.
Einsten decía que la locura consiste en hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes. En el Perú tenemos a un grupo de “locos” que repiten la misma cháchara desde hace por lo menos dos décadas y que viven encerrados en su cuadrado (burbuja) noventero. No importa que ellos sigan ahí. Solo tratemos como país de no caer en esa trampa. De lo contrario, terminaremos quedándonos enjaulados con ellos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario