La odisea del médico que fue en busca del Ébola
Rob Brown
BBC
Lunes, 21 de julio de 2014
Hace casi 40 años un joven belga viajó a un remoto rincón de la selva congoleña. Su objetivo: ayudar a descubrir por qué tanta gente estaba muriendo de una enfermedad tan desconocida como terrorífica.
En septiembre de 1976 un paquete con una botella térmica azul y brillante llegó al Instituto de Medicina Tropical de Amberes, en Bélgica.
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Trabajando en el laboratorio ese día estaba Peter Piot, un científico de 27 años y graduado de la escuela de medicina, empleado como pasante de microbiología clínica.
"Era una botella normal y corriente como la que usarías para mantener el café caliente", recuerda Piot, ahora director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.
Pero ese termo no llevaba café, sino algo totalmente diferente. Entre unos cuantos cubitos de hielo había varias muestras de sangre y una nota.
La nota estaba firmada por un doctor belga; venía desde Zaire, la actual República Democrática del Congo, y explicaba que la sangre era de una monja, también belga, que había caído enferma de una misteriosa condición sin identificar.
Este raro paquete había viajado desde la capital, Kinshasa, en un vuelo comercial, de la mano de uno de los pasajeros.
"Cuando abrimos la botella observamos que uno de los tubos estaba roto y la sangre se mezclaba con el agua descongelada de los cubitos de hielo", afirma Piot.
Él y sus colegas no eran conscientes del peligro que estaban corriendo: la sangre contenía un virus desconocido y mortal.
Las muestras se manejaron como cualquier otra, pero cuando los científicos miraron la sangre en el microscopio vieron algo que no esperaban.
"Vimos una estructura gigantesca con forma de gusano", dice Piot. "Es una forma muy inusual para un virus; solo uno se le parecía, y era el virus Marburg."
El virus Marburg fue observado por primera vez en 1967 cuando 31 personas enfermaron con fiebre hemorrágica en las ciudades de Marburg y Frankfurt, en Alemania, y en Belgrado, la capital de Yugoslavia. El brote estuvo asociado a personal de laboratorio que estaba trabajando con monos infectados procedentes de Uganda. Siete personas murieron.
Piot sabía de la seriedad de Margburg, pero tras hablar con expertos del mundo entero tuvo confirmación de que lo que veía en el microscopio no era Marburg: era algo distinto, algo nunca visto.
"Es difícil de describir pero lo que sentí fue un entusiasmo increíble", afirma Piot. "Había una sensación de privilegio: era un momento de descubrimiento".
Hasta Amberes llegaron las noticias de que la monja de la que procedía la sangre, que estaba bajo cuidado de un doctor en Zaire, había muerto.
El equipo también supo de otros que habían enfermado del misterioso mal en un área remota del norte del país – los síntomas incluían fiebre, diarrea y vómitos, seguido de sangrado y posteriormente la muerte.
Dos semanas después Piot, que nunca había estado en África, embarcaba en un vuelo hacia Kinshasa. "Fue un vuelo nocturno y no pude dormir. Estaba muy entusiasmado por ver el continente por primera vez, por investigar este virus y por parar la epidemia".
El viaje no terminó en Kinshasa –el equipo tuvo que viajar al centro del brote, un pueblo en el bosque tropical, unos 1.000km más al norte.
"El médico personal del presidente Mobutu, el líder de Zaire en esos momentos, nos arregló el transporte aéreo", recuerda Piot. Metieron en una camioneta gasolina y todo el equipo necesario y la subieron a un avión.
Cuando aterrizaron en Bumba, un puerto en el punto más al norte del río Congo, el miedo que rodeaba la misteriosa enfermedad era tangible. Incluso los pilotos no se querían quedar demasiado, ya que mantuvieron los motores en marcha durante la descarga. No tardaron mucho en irse.
"No tuve miedo. Las ganas de parar la epidemia podían con todo. Habíamos oído que había mucha más gente muriendo que lo que habíamos pensado inicialmente y queríamos ponernos a trabajar en seguida", dijo Piot.
Pero todavía quedaba camino por recorrer. El destino final del equipo era el pueblo de Yambuku, a unos 120 kilómetros de Bumba, el lugar de aterrizaje.
En Yambuku había una antigua misión católica – había un hospital y una escuela que llevaban un grupo de monjas y sacerdotes, todos belgas.
"El lugar era precioso. La misión estaba rodeada de exuberante selva y la tierra era roja – la naturaleza era muy rica pero la gente muy pobre", recuerda Piot.
La belleza de Yambuku ocultaba el horror que azotaba a los que allí vivían.
Cuando Piot llegó, las primeras personas que conoció fueron un grupo de monjas y un sacerdote que se habían retirado a una casa de huéspedes y establecido su propio cordón sanitario - una barrera utilizada para prevenir la propagación de la enfermedad.
Había un cartel en el cordón, escrito en el idioma local lingala, que decía: "Por favor no entres, cualquiera que cruce puede morir."
"Ya habían perdido a cuatro de sus colegas debido a la enfermedad", dice Piot. "Estaban rezando y esperando la muerte."
Piot saltó el cerco y les dijo que el equipo les ayudaría y que detendrían la epidemia. "Cuando uno tiene 27 está lleno de confianza", dice Piot.
Las monjas le dijeron a los científicos lo que había sucedido; hablaron sobre sus colegas y los del pueblo que habían muerto y la forma en que trataron de ayudar lo mejor que pudieron.
La prioridad era detener la epidemia, pero primero el equipo debía averiguar cómo el virus pasaba de persona a persona - por aire, por la comida, por contacto directo o transmitida por insectos. "Tuvimos que empezar a hacer preguntas. Fue realmente como una historia de detectives", dice Piot.
Estas fueron las tres preguntas que hicieron:
- ¿Cómo evolucionó la epidemia? Saber cuándo cada persona contrajo el virus dio pistas sobre qué tipo de infección era - a partir de aquí la historia del virus comenzó a tomar forma.
- ¿De dónde vienen las personas infectadas? El equipo visitó todos los pueblos de los alrededores y registró el número de infecciones - estaba claro que el brote estaba estrechamente relacionado con las áreas atendidas por el hospital local.
- ¿Quién se infecta? El equipo descubrió que más mujeres que hombres contrajeron la enfermedad y sobre todo mujeres de entre 18 y 30 años de edad - se descubrió que muchas de las mujeres estaban embarazadas y muchas habían asistido a una clínica prenatal en el hospital.
El misterio del virus estaba empezando a resolverse.
Posteriormente el equipo descubrió que las mujeres que asistieron a la clínica prenatal recibieron una inyección rutinaria. Cada mañana se repartían solo cinco jeringillas que se reutilizaban, y así el virus se esparció entre los pacientes.
"Así es como empezamos a entenderlo", recuerda Piot. "Se hace hablando, mirando las estadísticas y usando la deducción lógica."
El equipo también se dio cuenta de que la gente contraía la enfermadad después de asistir a los funerales. Cuando alguien muere a causa de Ébola el cuerpo está lleno de virus - todo contacto directo, como el lavado o preparación de la persona fallecida, sin protección, puede ser un riesgo grave.
El siguiente paso consistió en detener la transmisión del virus.
"Fuimos de pueblo en pueblo y si alguien estaba enfermo lo poníamos en cuarentena", dice Piot. "También poníamos en cuarentena a cualquier persona en contacto directo con infectados y nos asegurábamos que todos sabían cómo enterrar correctamente a los que habían muerto a causa del virus."
El cierre del hospital, el uso de la cuarentena y asegurarse de que la comunidad tenía toda la información necesaria, finalmente, pusieron fin a la epidemia - pero cerca de 300 personas murieron.
Piot y sus colegas habían aprendido mucho sobre el virus durante tres meses en Yambuku, pero todavía faltaba un nombre.
"No queríamos ponerle el nombre de la localidad, Yambuku, porque era muy estigmatizante. Nadie quiere estar asociado con eso", dice Piot.
El equipo decidió nombrar al virus como a un río. Tenían un mapa de Zaire, aunque no muy detallado, y el río más cercano que podían ver era el río Ébola. A partir de ahí, el virus que llegó en un termo desde Amberes meses antes sería conocido como el virus del Ébola.
En febrero de 2014 Piot regresó a Yambuku por segunda vez desde 1976 con motivo de su 65 cumpleaños. Allí se encontró con Sukato Mandzomba, uno de los pocos que contrajo el virus en 1976 y sobrevivió. "Fue fantástico volver a verlo, fue un momento muy emotivo", dice Piot.
En aquel entonces, Mandzomba era enfermero en el hospital local y hablaba francés, así que ambos llegaron a entenderse muy bien. "Él todavía está viviendo en Yambuku y sigue trabajando en el hospital. Lleva el laboratorio allí y es impecable. Me quedé muy impresionado", dice Piot.
Ya hace 38 años desde aquel brote inicial y el mundo está experimentando su peor epidemia de Ébola.
Hasta el momento más de 600 personas han muerto en los países de África occidental de Guinea, Liberia y Sierra Leona. La situación actual ha sido calificada como sin precedentes, y la propagación de la enfermedad a través de tres países hace que controlarla sea más complicado que nunca.
En ausencia de una vacuna o una cura, los consejos durante de este brote son similares a los que se daban en la década de 1970. "Jabón, guantes, aislar a los pacientes, no reutilizar las jeringas y poner en cuarentena a los que hayan tenido contacto con los enfermos. En teoría, debería ser muy fácil de contener el Ébola", dice Piot.
En la práctica, sin embargo, otros factores pueden hacer que la lucha contra un brote sea una tarea difícil. Las personas que se enferman y sus familias pueden ser estigmatizadas por la comunidad, lo que resulta en una renuncia a acudir en busca de ayuda. Las creencias culturales llevan a algunos a pensar que la enfermedad es causada por la brujería, mientras que otros son hostiles hacia los trabajadores de la salud.
"No debemos olvidar que esta es una enfermedad de la pobreza, de los sistemas de salud disfuncionales y de la desconfianza", dice Piot.
Por esta razón la información, la comunicación y la participación de los líderes de la comunidad son tan importantes como el enfoque médico clásico, argumenta.
El Ébola cambió la vida de Piot. Tras el descubrimiento del virus pasó a investigar la epidemia del sida en África y se convirtió en el director ejecutivo de la fundación de la organización UNAIDS.
"Esto me llevó a hacer cosas que pensé que sólo ocurrían en los libros. Me dio una misión en la vida para trabajar en salud en los países en desarrollo", dice.
"No fue sólo el descubrimiento de un virus, sino también de mí mismo."
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