El amor sin tabúes entre sor Juana Inés de la Cruz y la virreina de México
Un libro reúne los poemas que la gran escritora barroca dedicó a su protectora, la condesa de Paredes
Madrid
Fue una niña prodigio y una mujer de portentoso talento. De
madre criolla analfabeta y padre militar español, aprendió a leer a muy
corta edad (cuentan que a los tres años) en el nada feminista siglo XVII
y tuvo la osadía de consagrar su vida al estudio y la escritura y no a
su marido y a su progenie. Para ello se hizo monja, primero carmelita y
luego jerónima, no tanto por vocación divina como por necesidad de
encontrar un espacio para sí misma y para dedicarse al conocimiento.
Convirtió su celda en una gran biblioteca y en un punto de encuentro
cultural. Fue una poeta intelectual, según Octavio Paz.
Gracias a su determinación, la literatura tardía del Barroco, el Siglo
de Oro de las letras en español, ganó una de sus escritoras más insignes
y la lucha por la igualdad de las mujeres, a uno de sus referentes protofeministas. Fue Juana de Asbaje o Juana Ramírez,
nacida en 1648 (puede que en 1651) en la población mexicana de Nepantla
y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, aunque muy pronto se la
conoció como sor Juana Inés de la Cruz.
Ahora,
un libro reúne algunos de sus poemas más íntimos. No se trata de una
compilación al uso, sino una revisión de su obra a la luz del afecto
mutuo que se profesaban la monja y la virreina de México María Luisa
Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, protectora de la escritora
y promotora de su obra tanto en México como sobre todo en España. Un amar ardiente
es el título de la obra, que la editorial Flores Raras lanza la próxima
semana, bajo la coordinación de Sergio Téllez-Pon. Es el compilador de
la antología poética que versa sobre los desvelos amorosos de una
escritora que empezó a darse a conocer muy joven con composiciones
religiosas.
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"Muchos estudiosos y aficionados de la obra de sor
Juana", escribe en la introducción Téllez-Pon, "han coincidido en que
la relación entre la monja y la virreina fue más allá del «incienso
palaciego» pero solo algunos se han dedicado a reunir o a publicar los
poemas como testimonios de esa relación. Entre los pocos que lo han
hecho, en España está Luis Antonio de Villena, quien seleccionó un
romance (núm. 21) de la monja mexicana en Amores iguales. Antología de la poesía gay y lésbica'
(La esfera de los libros, Madrid, 2002), sin embargo, en su nota de
presentación De Villena no hace referencia a la pasión por María Luisa y
tampoco es uno de los poemas más intensos o representativos de la
relación entre la monja y la condesa".
Poeta, ensayista, crítico y editor, Sergio Téllez-Pon
(Ciudad de México, 1981) responde por correo electrónico a algunas
preguntas formuladas por este periódico a propósito de la publicación el
3 de abril de la recopilación de la obra de sor Juana Inés de la Cruz,
en la que confluye la sociedad de la Nueva España, el culteranismo de
Góngora y la influencia de Quevedo y Calderón.
Pregunta. ¿Cómo surgió su investigación? ¿Y cuál fue su propósito?
Respuesta. Surgió a partir de la muerte de
Antonio Alatorre, eminente sor juanista y quien fue mi profesor en la
universidad, específicamente en la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM, donde junto con él leí la obra de sor Juana Inés de la Cruz. Él
cuenta en su edición de 2009 de la Lírica personal de sor Juana
que le habría gustado poner en un apartado todos los poemas que la
monja le escribió a la virreina. Pero esto no fue posible porque no se
lo permitieron en el Fondo de Cultura Económica (editorial mexicana).
Así que yo retomé la idea y, en homenaje a él, lo hice pues, desde 1689
Francisco de las Heras, el secretario de la virreina y el primer editor
de sor Juana, se propuso poner los poemas dispersos para que el lector
no se pudiera dar cuenta bien a bien de cómo fue esta intensa relación.
De manera que a lo largo de más de tres siglos no hemos podido leer esta
veta de la poesía de sor Juana.
Mi propósito es invitar al lector que ya conoce la obra de
sor Juana o que se acerca por primera vez, a que la lea sin una venda en
los ojos, sin prejuicios ni tabús sexuales. Que lea cómo las relaciones
humanas son lo mismo de apasionadas sin importar el género o la
sexualidad de los enamorados.
P. ¿Cree que su visión sobre la relación
amorosa y lésbica entre sor Juana Inés y María Luisa Gonzaga Manrique de
Lara levantará ampollas entre la legión de seguidores de la escritora?
R. No lo creo, por fortuna, este tema ha
sido estudiado por otros “sor juanistas”, lo que pasa es que esos
estudios por lo general surgen en la academia, en las universidades, y
allí se quedan. Lo que yo he hecho, por decirlo de alguna manera, es
sacarlo del armario y sacarlo de las aulas y los cubículos de
investigación. Ahora bien, para los muchísimos lectores de sor Juana
será otra forma de leerla: justamente en eso consiste esta antología, en
proponerle al lector otra forma de leer a la monja jerónima, sin
espesos velos hagiográficos, es decir, haciéndola más humana, y por eso
mismo sin prejuicios ni tabús sexuales. Estoy seguro de que así,
leyéndola de forma más humana, sus innumerables lectores la sentirán más
cerca y hasta más actual.
P. ¿En qué versos, en concreto, fundamenta su tesis?
R. ¡En muchísimos! Son casi 50 poemas
dedicados o escritos tan solo para María Luisa pero va un ejemplo: [Lisi
es uno de los nombres con los que sor Juana Inés de la Cruz se refería a
la virreina]
"Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo.
En ese soneto, sor Juana deja claro que ama a la condesa, no
importa si es correspondida o no, pero le expresa su sentir y, sobre
todo, sabe que este amor no puede ir más allá porque para que el deseo
se mantenga vivo no debe realizarse, su consumación sería su propio
fracaso. Es un tópico poético muy usado por los poetas: obstinarse en no
saciar la sed, viajar sin llegar al destino, como Ulises, porque el
viaje es la experiencia y llegar a Ítaca es la conclusión de todo lo que
se aprende en el viaje. Sor Juana no quiere consumar su amor y es que
tampoco puede porque por una parte, ella obedece sus votos de castidad
y, por la otra, la jerarquía de la condesa no le permitiría mantener una
relación sexual con una plebeya.
P. ¿Fue un amor platónico?
R. Al igual que Francisco de las Heras,
Octavio Paz y Antonio Alatorre, creo que así fue: una relación intensa
pero casta. Para enamorarte de alguien no necesitas llegar hasta la
cama. Ahora existe el término “sapiosexual”, es decir, que te enamoras
de la inteligencia de alguien más que de su cuerpo o de su estatus y,
vaya, viéndolo retrospectivamente, creo que en el caso de sor Juana y
María Luisa se enamoraron intelectualmente, pero se enamoraron al fin.
P. ¿Se sintió agobiada por el acoso de la condesa de Paredes?
R. Desde luego, María Luisa era una persona
muy importante para ella, fue quien la ayudó a quitarse de encima al
odioso padre Núñez de Miranda, quien la estimulaba creativamente, con
quien compartía muchas cosas en común. Así que las muestras tiránicas de
la virreina la agobiaban mucho. Cualquier señal, gesto tierno o desdén
por parte de María Luisa la entusiasmaba o la agobiaba. Los enamorados
de ahora nos molestamos porque la persona que amamos (que es alguien muy
importante para nosotros) no nos contesta el móvil o nos deja con dos
palomitas vistas en el Whatsapp y, bueno, eso también les pasó a ellas:
cuando sor Juana no le escribía desde el convento, María Luisa se lo
reclamó; y cuando la virreina la fue a buscar y no la encontró o la
monja se negó a verla, se molestó muchísimo al grado de que tuvieron una
pelea que llegó hasta las lágrimas de sor Juana. Y todo eso no lo digo
yo: lo dice sor Juana en sus poemas, ella es la que va dejando las
pistas de cómo fue su intensa pero fructífera relación con la condesa.
El propósito de este trabajo también es que los poemas hablen por sí
mismos, que en su contexto cuenten la historia de amor de estas dos
mujeres pues no solo están los poemas de sor Juana, también incluyo los
dos únicos intentos poéticos de la condesa que, aunque no son tan
explícitos, creo que sí muestran un poco la admiración y la fidelidad
que siempre le tuvo a la monja.
P. ¿Comparte la afirmación del prologuista,
Ramón Martínez, de que la poesía de sor Juana Inés de la Cruz forma
parte definitivamente del corpus literario más propio de las personas no
heterosexuales? ¿Por qué?
R. Por supuesto. Otros estudiosos queer
como Judith Butler y Didier Eribon han escrito que los gais tenemos un
“canon alterno” de obras literarias que, dice Butler y la secunda
Eribon, ayudaron a la creación de la identidad gay (ellos mencionan a
autores en lengua inglesa y francesa, lógicamente, pues Butler es
estadounidense y Eribon francés: Melville, Whitman, Wilde o Proust,
André Gide, Jean Cocteau y Jean Genet). Y lo mismo se puede decir de los
poemas amorosos de sor Juana. Lo que pasa es que en la lengua española
nos hemos tardado en asumir y reivindicar a nuestros escritores gais
para alimentar nuestra identidad y cultura gay. Espero que este libro
sea el inicio para que otros estudiosos lo hagan con otros escritores
gais del pasado: sería interesante sacar de las obras completas, la
poesía homoerótica de Vicente Aleixandre, un poeta que pocas veces asume
que el inspirador de sus versos es otro hombre o que ya sin el ojo de
la familia, se puedan leer los poemas gais de García Lorca. Con Cernuda,
por fortuna, la cosa es más fácil pues él fue el más radical de todos
ellos: Cernuda fue como la sor Juana del 27: sin prejuicios, sin tabús,
cantó siempre su amor por otro hombre.
P. ¿Y la opinión de Octavio Paz relativa a
que sor Juan Inés estaba absorbida por la pasión del conocimiento, que,
precisamente por ella, "tiene que neutralizar su sexo para poder acceder
al ansia de conocer"?
R. Bueno, Paz se refiere a que sor Juana
tuvo que hacerse pasar por hombre para ingresar a la universidad y así
saciar su sed de conocimiento, ¡pero es que hasta en eso fue muy radical
esta monja! Querer estudiar, aprender, no era precisamente algo que se
les permitiera hacer tan fácil a las mujeres durante el virreinato, así
que ella se las ingenió para romper con ese supuesto. Y luego, tampoco
entró al convento por ser muy beata o piadosa: si lo hizo, ella misma lo
escribió, fue porque no quería que la casaran, tener que pasar sus días
atendiendo a un marido y a los hijos: lo que ella quería era leer y
aprender y el único lugar donde la podían dejar en paz para hacerlo era
en un convento, así que allí fue a dar. Y finalmente, también rompió
toda relación con el tiránico padre Núnez de Miranda en tiempos en que
se creía que las mujeres eran inferiores intelectualmente y que para dar
cualquier paso necesitaban del consejo de un hombre: romper con él fue
otra de las muestras de su genialidad, de que ella sola se valía por sí
misma. Fue así como rompió con los paradigmas de su sexo (el “sexo
débil”, según la misógina definición de la RAE) en pos de su vida
intelectual y también, por qué no, de su sexualidad.
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