viernes, marzo 10, 2017

La educación de antes era peor


La educación de antes era peor
Por León Trahtemberg
Usualmente se idealiza al sostener que “la educación de antes era mejor”, usando como referentes los pocos conocimientos actuales de los egresados escolares reflejados en las pruebas de admisión universitarias, respuestas ante encuestas o preguntas al paso para programas o concursos televisivos, y los altos niveles de “indisciplina social” expresados en la delincuencia juvenil, barras bravas, promiscuidad sexual, consumo de drogas y alcohol. Sostienen que hace falta recuperar los cursos de educación cívica, formación pre militar, enfatizar la disciplina rígida, no hablar de sexualidad, etc. Esa imagen confina el juicio sobre la buena educación a la escuela actual y a las deficiencias de formación en los niños y maestros de hoy.
Sin embargo, si observamos el comportamiento del mundo adulto en temas que para algunos son irritantes como por ejemplo lo fueron este año la exigencia de postergar la edad de corte para ingreso a 1er gado del 31 de marzo al 31 de julio, o la de eliminar el currículo de educación sexual desarrollado por el ministerio de educación, veremos que en una parte importante de los adultos hay enormes niveles de fanatismo, incomunicación e intolerancia frente a las argumentaciones del estado, lo que refleja un tremendo déficit educativo en cuanto a los valores enunciados en nuestra constitución y la capacidad de vivir en democracia.
Porque si los egresados de aquella “mejor” escuela del pasado conforman hoy el grueso de la gente adulta que exacerba las posturas radicales desconectadas de la realidad y del saber científico vigente, sumados a los niveles de corrupción, falta de empatía social e inseguridad ciudadana que vemos cotidianamente, sería difícil concluir que fueron bien educados para convivir en una sociedad democrática, capaz de crear espacios educativos que ayuden a sus hijos a construir una cultura de paz, aprecio por la diversidad e integración social.
Veo difícil que esas aspiraciones se realicen cuando no pocos adultos se comportan como si fueran parte de una continua barra brava que en vez de los estadios usa las redes sociales y algunas marchas para denigrar a todo aquél que opina de un modo diferente al suyo sobre los asuntos de debate en una sociedad moderna. Al lado de un pequeño porcentaje de adultos con posturas contrarias debidamente argumentadas, ponderadas o con interrogantes planteadas con seriedad, está la avalancha de reacciones hepáticas, vomitivas, llenas de adjetivos descalificadores, que evidencian una incapacidad estructural de escuchar el punto de vista del otro, procurar entender su postura, asumir que desear algo o imponerlo no es lo mismo, y que en un estado de derecho los gobiernos tienen la obligación de normar la vida ciudadana pensado en el beneficio colectivo y la inclusión sin quedarse atrapados en las demandas de grupos con agendas particulares
Si queremos alimentar de optimismo nuestras perspectivas futuras sería conveniente convertir a las escuelas en espacios democráticos cuyo eje ético dominante sea la búsqueda de hacer de nuestro país un Perú mejor. Eso supone romper la complacencia con mantener el estado de cosas pasado y motivar a los alumnos en la escuela a confrontarse con la realidad, detectar aquello que creen que se debe mejorar e invertir esfuerzos para hacerlo. En eso, los adultos deben ser los ejemplos a seguir.

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