viernes, marzo 27, 2020

Yemen, una ‘bofetada’ cada día

Yemen, una ‘bofetada’ cada día

La autora viaja por un país devastado por cinco años de guerra, con el 50% de las instalaciones sanitarias destruidas y el 80% de la población dependiente de la ayuda, y que hoy no respira pensando en qué pasará si el coronavirus se propaga

Nahed junto a su hermano pequeño, que está desnutrido. Son hijos de Amina Fahd, quien abandonó su comunidad por el conflicto en Yemen.Ver fotogalería
Nahed junto a su hermano pequeño, que está desnutrido. Son hijos de Amina Fahd, quien abandonó su comunidad por el conflicto en Yemen. PABLO TOSCO
El sábado pasado, confinada en mi casa, recibí un mensaje de Monther, un compañero de Oxfam en Yemen: "¿Estás bien?" Me decía. “Estamos viendo las noticias sobre España y la Covid-19 y estamos preocupados por vosotros. Quedaos en casa. Allah os protege”. Un día después, Emtethal, una yemení quién me ayudó a traducir las entrevistas del árabe al inglés, me manda un corazón por Facebook y me pide que, por favor, me quede en casa: “Cuídate. Vendrán tiempos mejores. Rezamos por vosotros”, me dice. “Insha’Allah”, le respondo. Y le devuelvo el corazón.
Qué paradoja, pienso. Hace unas semanas estaba en Yemen con ellos y a la vuelta era yo quién les hacía estas mismas preguntas.
Todo empezó en 2018. Desde Oxfam Intermón quisimos poner rostro humano a las consecuencias de la guerra en Yemen. El Gobierno español estaba autorizando la venta de armas a Arabia Saudí por miles de euros; armas que probablemente se estén usando en esta guerra. Y este fue uno de los motivos: poner nombres propios a sus consecuencias.
Nos denegaron el visado varias veces, pero finalmente conseguimos ir el pasado mes de febrero. En un país sin gobierno, con los funcionarios sin sueldo desde hace años y con la infraestructura destruida, acceder es realmente complicado. Los aeropuertos están cerrados a aviones comerciales y solo se puede entrar a través de vuelos humanitarios gestionados por Naciones Unidas. Nuestros compañeros en Yemen, que están presentes en el país desde hace 30 años, fueron clave para poder conseguirlo.
Oxfam trabaja en zonas de difícil acceso proporcionando agua y saneamiento en lugares en los que me pregunto cómo la gente puede sobrevivir. Es cierto que la población yemení es muy resiliente, pero este conflicto les está poniendo a prueba. “Necesitamos que esta guerra termine”, me comentaba mi compañero Monther, ingeniero yemení que trabaja desde hace dos años con nosotros.
El 80% de la población depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir y casi 18 millones necesitan agua potable con urgencia
La situación es realmente dura. El 80% de la población depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir y casi 18 millones necesitan agua potable con urgencia. Pero muchos no pueden pagarla porque los precios de bienes de primera necesidad han aumentado de forma escandalosa. El precio del agua ha aumentado un 100%.

Muchas de estas cosas me las iban contando mis compañeros mientras nos movíamos de un lado para otro, en interminables carreteras por las que circulábamos entre decenas de puntos de control con hombres armados. Mis colegas tienen que lidiar también día tras día con las interrupciones de los suministros más básicos. En muchos de los barrios en los que viven no tienen agua y el sistema eléctrico e Internet tampoco funcionan con normalidad.
Tras cinco años de guerra, solo funcionan el 50% de los centros de salud, pero incluso estos sufren recortes de medicinas, equipamientos y personal
La realidad del país me iba a dar bofetadas todos los días que estuve allí. El primer día visitamos el Distrito de Mahala, uno de los más pobres de Adén, la capital del sur de Yemen. En un descampado viven unas 300 familias desplazadas por la guerra. Personas que se quedaron sin nada. Antes era un almacén de mercancías para el cercano puerto.
El lugar, ahora en ruinas, está lleno de basura. No hay agua ni baños. Las chabolas en las que viven estas familias están construidas con las láminas de metal que cubrían el antiguo almacén. Cocinan quemando la basura que encuentran entre las viviendas: plásticos, cartones y maderas. Cuesta imaginar cómo es el día a día en este sitio infame.

Moverse por el país es una odisea. Se necesitan permisos especiales para poder visitar cada gobernación, que hay que tramitar con antelación. Es una carrera de obstáculos y me admira ver cómo mis compañeros trabajan en estas condiciones.

En un pueblo llamado Almusaimir conocí a Amina. Llegar a este lugar era realmente complicado: carreteras sin asfaltar y un entorno que hace difícil imaginar cómo se puede sobrevivir aquí cuando el frágil equilibrio de un ecosistema vital queda destruido por una guerra.

Amina vive con sus cuatro hijos en una casa alquilada. Tiene tres niños y una niña. Es modista y tiene una máquina de coser eléctrica que solo funciona a veces, cuando hay electricidad. Me cuenta cómo fueron los días más duros de la guerra: “No dejábamos salir a los niños en esa época y tuvimos que irnos del pueblo. Nos fuimos tan rápido que no pudimos coger nada. Había tiros”.
Después de esto, después de lo más duro del conflicto, nacieron sus dos hijos. Uno de tres años, Mohammed, tuvo desnutrición. Lo trataron y se fue recuperando. Ahora el más pequeño, Nagid, de ocho meses, también tiene los mismos síntomas.

En Al Mashqafa, un campo de desplazados a unas dos horas de Adén, viven 140 familias (de media siete personas) desplazadas por el conflicto, mayoritariamente de Hodeida, una de las zonas más afectadas. Muchos de ellos llevan más de cuatro años aquí viviendo en condiciones muy precarias: las tiendas no están separadas ni por un metro entre ellas. No hay agua ni servicios básicos. Las personas viven en chabolas hechas de lonas de plástico.

Aquí conocí a Rami Sulaiman. Tiene tres hijos y tres hijas. Huyó de Taiz hace cuatro años con su mujer, Fátima, a causa de la guerra. Echa de menos su casa. Antes de venir aquí trabajaba en una fábrica y ahora malvive, literalmente. “No se puede vivir, las condiciones de higiene son terribles. No hay letrinas y estamos hacinados”, me cuenta dentro de su pequeña chabola.
Así que, estos días, no hago más que pensar en el impacto devastador que la Covid-19 podría tener en un país como Yemen. Tras cinco años de guerra, solo funciona el 50% de los centros de salud, pero incluso estos sufren importantes recortes de medicinas, equipamientos y personal. Basura acumulada, un sistema de alcantarillado que ha dejado de funcionar y la ausencia de una dieta adecuada para miles de personas convierten a Yemen en un caldo de cultivo para esta nueva enfermedad.
Por mi parte, espero haber aprendido algo de su capacidad de resiliencia para afrontar la crisis y los tiempos difíciles que nos tocan vivir ahora.

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