domingo, mayo 26, 2013

De Dr Meloni a Padre Meloni

De vicepresidente ejecutivo de la OMS a diácono en una parroquia 



Foto por: Gerald Chávez Manche HDT

Pablo Augusto Meloni Navarro, médico cirujano con varias maestrías, decidió, a los 51 años de edad entrar  en el seminario de  Santo Toribio de Mogrovejo  de Lima para seguir el camino del sacerdocio católico. El médico que llegó a ser vicepresidente y miembro ejecutivo de la OMS (Organización Mundial de la Salud), así como de diferentes organismos internacionales de la salud, es hoy diácono en la parroquia diocesana de Nuestra Señora de la Alegría en el distrito limeño de san Borja.

Juan Sotelo. HDT



Augusto camina con sus compañeros en el patio principal del seminario Santo Toribio de Mogrovejo de Lima que con sus grandes ventanas y sobrios colores se ubica en la esquina misma del cruce de las avenidas Sucre y la Marina. Sus nuevos colegas ya no visten con batas blancas sino con sotanas negras y cuello romano.

-         ¿he escuchado que has estudiado mucho? –me río para romper el hielo. -¿Cuántas maestrías tienes?-pregunto ya más serio.

-         Varias. Una en administración de la salud, en bioquímica, en ciencias biológicas, salud internacional. Esas son las principales -responde con normalidad y bastante humildad.

-         ¿Eres médico general?

-         No. Me gradué de la Universidad Cayetano como médico cirujano.   Yo quería una carrera que me permita saber y ayudar. Tenía muchas ganas de conocer pero también de hacer algo por el mundo. –me responde.  

Mide metro noventa y su cabello canoso no solo reflejan sus 56 años, sino también la cantidad de tiempo que le dedicó al estudio y trabajo. En la parroquia Nuestra Señora de la Alegría, ubicada en el distrito de San Borja, cerca a las torres de Limatambo,  Augusto desempeña su labor pastoral con los jóvenes. Todo el mundo le dice “hermano” o “padre” (a pesar de que aún no es sacerdote) aunque el prefiere que lo llamen simplemente Augusto.  

-          En otros tiempos habrías tenido que sacar una cita con un mes de anticipación para hablar conmigo. Es gracioso que ahora solo tengas que buscarme en la parroquia. –sonríe.

-         ¿Cómo terminaste en cargos tan importantes como los que ocupabas en la OMS?

-         Bueno desde mis años en la universidad siempre he sido una persona inquieta, era presidente estudiantil, pertenecía a varios grupos de estudio y causas sociales, además de ser asistente de cátedra. –me contesta –rápidamente conseguí varias ofertas de trabajo y la misma universidad me ofreció una beca en Washington con la condición que después enseñará en la Universidad. Descubrí más tarde el mundo de las ONG´s en donde me percate de mis habilidades para la gestión de proyectos; así  fui ascendiendo rápidamente y muy pronto ya era jefe…

-         ¿Ganabas mucho dinero? –lo interrumpo.

-         Bastante, la verdad. Si tienes además en cuenta que gastaba tan solo en mis padres y yo. En ese tiempo tenía 30 años y ambos aún vivían. Además tenía poco tiempo libre, ya podrás imaginar la cantidad de dinero que acumulaba.

-         ¿Cómo terminó un hombre tan exitoso en un seminario? –pregunto un poco irreverente.

Augusto vuelve a sonreír.

-         Creo que por dos motivos principales. El primero, que a pesar de todo lo que había logrado sentía que algo faltaba en mi vida.

-         ¿Tal vez una mujer o hijos? –increpo.

-         Fue lo primero que pensé en ese momento. Así que me hice un tiempo para salir con mujeres…

-         ¿Y que, no encontraste ninguna que te de bola?

-         Jajajaja- Augusto se ríe. – al contrarío había una larga lista de mujeres que querían salir conmigo. Pero cuando encontraba una chica buena, o sea no sólo interesada en el dinero, ni en mi posición, algo pasaba antes de dar el siguiente paso y también persistía en mi interior una nostalgia de algo más.

-         ¿Algo más? –me pregunto más a mi mismo que a él. No obstante, no tarda en contestarme.

-         Si. Creo que todos tenemos una inquietud en el alma, un hambre de infinito que no se llena por más logros que tengamos, por más esfuerzo que pongamos para callarlo. Para mi suerte yo calme esa hambre de infinito con estudios y trabajo; pero otros lo hacen con alcohol, drogas, mujeres, al final esas personas terminan más vacías que al comienzo y vuelven a lo mismo creando un círculo vicioso del que difícilmente pueden salir.

Augusto nunca se consideró a sí mismo como una persona religiosa. A pesar de que creció en una de esas familia católica que van a misa. Por otro lado, su alma inquieta siempre lo condujo por otros rumbos que lo llevó a saturar su tiempo con ciencia y proyectos de ayuda social. Nunca llegó a negar la existencia de un dios, y el agnosticismo resultaba una posición muy cómoda para su mente de científico por lo que optó por seguir estudiando y dejar de pensar en esas cuestiones y calmó su consciencia con maestrías, trabajo duro y considerándose a sí mismo como una buena persona que no hacía nada malo.

-         Me dijiste que hay dos motivos que te fueron conduciendo al sacerdocio ¿cuál es la otra?

Augusto no lo pensó dos veces y contestó de inmediato.

-         La otra es mi madre.



****
Augusto está sentado al lado de su  madre. Se ha quedado dormida y él termina el rosario que empezaron juntos media hora antes que ella cerrara los ojos. A pesar de su ocupada agenda, entre viajes a Ginebra, Washington y diferentes zonas de Latinoamérica en donde es requerido para llevar a cabo proyectos internacionales de salud,  se buscó un tiempo para pasar con su mamá que después de la muerte de su padre se encontraba sola. “Me estoy olvidando de las cosas”, son las palabras de ella que pusieron en alerta la mente médica de Augusto.

-         En ese momento pensé que mi mamá tenía principios de Alzheimer- me cuenta Augusto.- luego me sorprendió que me diga, “me estoy olvidando de rezar”-sonríe ante el recuerdo de su fallecida madre.

-         ¿Qué hiciste entonces? –le  pregunto curioso.

-         Le dije, “recemos juntos”. Yo no era una persona muy religiosa, me consideraba a mi mismo como una persona buena que no necesitaba ir a misa ni rezar ni nada de ese tipo de cosas; sin embargo, pensé que al rezar con mi madre era un buen ejercicio cerebral, de hecho lo es, para prevenir más adelante enfermedades cerebrales degenerativas.

Pablo, como prefería llamarlo su mamá, nunca imaginó que rezar con su madre lo llevaría  a una promesa que terminaría en su ingreso al Seminario años después.

-Una noche me dijo: “Pablo no te has confirmado aún, sería bueno que lo hagas”. No me lo tomé en serio, además estaba bastante ocupado. Dictaba clases de posgrado en la Universidad y tenía varios proyectos por lo que solo estaba en lima para ver a mi madre y dictar clases de vez en cuando. La mayor parte del tiempo la pasaba viajando por el mundo.

Cuando su madre murió la promesa de confirmarse se convirtió en una manera de hacerle un homenaje póstumo. Entre empleadas del  hogar y catequistas que aún no terminaban la universidad, Augusto empieza a asistir a sus charlas de confirmación en una pequeña parroquia del distrito de Pueblo Libre que se acomodaba a su ocupada agenda. Mira de un lado a otro y se pregunta si es que tomó la decisión correcta.

-         ¿No te sentías tentado a irte? Acaso no pensabas ¿Qué hace un reconocido médico cómo en éste lugar con personas que con las justas saben leer y escribir?  -le preguntó.

-         ¡Claro que si! Era gracioso, porque después de esas charlas me iba a dictar clases a los médicos de posgrado. Me daba cuenta que estaba fuera de lugar y me daba un poco de vergüenza, por eso lo mantuve en secreto. Lo peor era que me empezaba a gustar. (risas)

En la ceremonia de confirmación no logra pasar desapercibo, con su cabello canoso y su gran altura sobresale entre las empleadas del hogar y los catequistas presentes. Pocos se imaginan que después de la ceremonia debe alistar su maleta para volver a la ciudad internacional de Ginebra y a su ocupada agenda. Pronto decide regresar a Perú, para dedicar más de lleno a la docencia y su nueva pasión: ser catequista.

-         ¿La catequesis te llevó al sacerdocio? – pregunto y miro mi reloj porque sé que a las 6 pm mi entrevistado se va pues tiene que ayudar en la misa.

-         En realidad fueron los sacramentos, empecé a ir a misa todos días y me di cuenta que el vacío que experimentaba se iba llenando; sin embargo, aún quería más. Me hice muy amigo de un buen sacerdote al que acudía con mis dudas sobre la fe y al que ayudaba en cuestiones médicas o de ciencia. Sin saberlo en la amistad con éste sacerdote me fui preguntando si lo mio no era el sacerdocio.

-         ¿El cura te lo sugirió de alguna manera o te puso la idea en la mente? -lo miro a los ojos un poco atrevido.

-         No, de ninguna manera; es más, cuando le conté sobre mi duda si el sacerdocio era lo mío, él me dijo que primero pruebe cambiar de trabajo, que podría ser simple aburrimiento de mis labores actuales. Me dio muchas alternativas y las probé todas, pero no estaba tranquilo. Por fin, después de un tiempo, el sacerdote decidió presentarme al que en ese tiempo era el rector del seminario que casualmente era médico como yo.

En el seminario de Santo Toribio hay médicos, economistas, publicistas, biólogos, etc. Cuando Augusto llegó se encontró con un ambiente nuevo. El rector, médico de la San Marcos, lo miró y le dijo, “prueba, no tienes nada que perder, si al final no es lo tuyo te vas por donde llegaste y vuelves a tu vida.”
-         ¿Es difícil renunciar a todo por el sacerdocio?

-         Si, pero vale la pena –me contesta muy seguro. –es como esa perla de gran valor de la que habla el señor en los evangelios. Llevo  ya 5 años en el seminario y no dejo de pensar que es la mejor decisión que he tomado.

-         ¿Es más duro que ser médico?

-          Un buen sacerdote para más ocupado que un médico, la cantidad de personas que nos necesitan es increíble, y aún soy diácono. (risas)

-         ¿cuánto te falta para ser sacerdote? –vuelvo a cuestionar.

-         No lo sé, esto no es como una carrera universitaria; el Cardenal verá.



****

Alejandro Jiménez,  seminarista camino al sacerdocio católico como Augusto,  cursa el segundo año de teología, pasa sus tardes jugando fútbol y participa animadamente de las tertulias del seminario en donde se tocan temas de actualidad, anécdotas de la semana, etc. Conoce a Augusto desde hace años.

         -¿Qué piensas es Augusto? –le pregunto.

-Creo que es un regalo de Dios para todo el seminario –me responde sin pensarlo dos veces. 

-  ¿Pero cómo es de carácter? –pregunto de manera más directa y sonrío por  la primera respuesta del hombre con sotana.

- Es una persona apasionada e inquieta; siempre está haciendo algo; leyendo (lee mucho), rezando, conversando con los seminaristas más jóvenes, formulándoles preguntas –me contesta.

- ¿Es alegre?

- Si, a su modo. –Reímos ambos –es serio, pero si lo conoces bien te darás cuenta que tiene un buen sentido de humor. Es el típico científico reservado que analiza todo y pregunta mucho. Es algo testarudo, pero creo que en él llega a ser una virtud.

A los 51 años de edad, Augusto, entra en el seminario. Una vez más siente que se encuentra fuera de lugar. Él es la persona más vieja del lugar, a excepción de un par de sacerdotes que son los guías espirituales del lugar. Sin embargo, al igual que en sus años de catequesis le empezó a gustar. Más tarde el Cardenal, lo nombra diácono y asistente pastoral en la parroquia diocesana de  Nuestra Señora de la Alegría. Actualmente se encuentra cursando el último año de teología en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima que se encuentra a espaldas del mismo seminario.     

-         Muchas personas creen que ciencia y fe se contradicen  ¿cómo haces para conciliarlas ya que llevas más años de científico que de hombre de fe?

-         Para empezar cualquier persona bien docta en ciencias te va decir que tal contradicción no existe, que depende más de puntos de vista, de prejuicios, en fin hay varios motivos que podemos conversar en otra ocasión. –mira su reloj. Miró el mio y me doy cuenta que ya son 5 para las 6. Me despido de Augusto, quién entra velozmente a la sacristía para preparar todo para la misa de las 6.    

Augusto confiesa que ya no siente ese vacío, dice ser una persona feliz. Su frase favorita es una de San Agustín de Hipona: “Nos hiciste señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” El médico de Ginebra, hoy diacono de la Iglesia Católica, se despide con una sonrisa y un fuerte apretón de manos y me invita a volver cuando desee. Las campanas empiezan a sonar.

1 comentario:

  1. Anónimo1:46 p.m.

    Como alumno de post-grado del Doctor Meloni, me alegra saber que a traves del sacerdocio va a extender sus conocimientos, y su espiritu a mas personas en la comunidad.

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