Grandes científicos, grandes herejes
Stuart Clark
Astrofísico, especial para la BBC
Lunes, 6 de mayo de 2013
Los grandes científicos son personas que, con su visión, cambian la forma en que vemos el mundo.
Hacer eso suele implicar que refutan una idea arraigada y se ganan enemigos en el proceso.
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Antes de que sea demostrada y aceptada, una gran teoría puede ser sujeta a duras críticas y quien la propone puede ser rechazado, vilipendiado o convertido en objeto de burla.
A veces una autoridad religiosa lo ataca; otras, sus propios colegas. Sea como fuere, hace falta una osadía especial para aferrarse a una idea que otros consideran claramente errónea.
Algunos afortunados son reconocidos en vida, pero algunos sólo llegan a ser venerados póstumamente.
He aquí cinco grandes científicos herejes, mis preferidos. Su coraje me inspira. Algunos se convirtieron en nombres conocidos, otros no tanto.
Isaac Newton (1642-1727)
Isaac Newton cambió todo con su ley de la gravitación universal y su ley de la dinámica. Mostró cómo la naturaleza podía ser medida y entendida. Su herejía pública fue describir el Universo como "el sensorio de Dios", lo cual sugería que Dios era el espacio y el tiempo mismo.
El filósofo alemán Gottfried Leibniz consideraba que investigar científicamente a Dios era abominable. Por ello, le escribió inmediatamente a la familia real de la Casa de Hannover, en Inglaterra, acusando a Newton de contribuir al declive de la "religión natural".
Forzado a defenderse a través del filósofo Samuel Clarke, Newton quizás temía que una investigación dejara al descubierto su secreto, una herejía mucho peor.
Aunque profundamente religioso, rechazaba la divinidad de Jesucristo y la Santísima Trinidad. Newton tenía razones de peso para asustarse: el antitrinitarismo era un crimen explícito según el Acta de Tolerancia de 1689.
Newton creía, además, que la inspiración para su ley de la gravitación universal había llegado directamente de Dios, convirtiéndolo en un profeta moderno.
Galileo Galilei (1564-1642)
Recordamos a Galileo Galilei como el clásico científico hereje, debido a su juicio por la Inquisición de la Iglesia Católica en 1633.
Fue condenado por ser "vehementemente sospechoso de herejía", pues promovía la creencia de que la Tierra se movía a través de los cielos.
En aquella época, era aceptado que la Tierra permanecía inmóvil y que el Sol se movía en el cielo.
Galileo agravó su delito al insistir que el concepto de una Tierra que se mueve no entraba en conflicto con las escrituras. Eso estaba prohibido.
Sólo los teólogos del Vaticano tenían el poder de interpretar la Biblia.
Su ejemplo se conviertió en un punto de referencia al discutir el tema de la ciencia versus la autoridad.
La Iglesia Católica sólo reivindicó a Galileo Galilei en 1994.
Ignacio Semmelweis (1818-1865)
Louis Pasteur es recordado como el hombre que demostró que los microbios causan enfermedades, pero su precursor fue el ya olvidado médico húngaro Ignacio Semmelweis.
Semmelweis trabajaba en dos clínicas de maternidad y notó que en una de ellas más madres sucumbían a fiebres mortales después de dar a luz que en la otra.
Al investigar, se dio cuenta que la tasa de mortalidad era más alta en la clínica en la que se llevaban a cabo autopsias.
Esto le hizo sospechar que algo se pasaba de los cadáveres a las madres a través de las manos de los doctores.
Instituyó un régimen de lavado de manos y redujo las tasas de mortalidad en 90%. Sin embargo, la comunidad médica tardó en reconocer sus resultados, lo cual motivó su creciente frustración.
Hacia 1861 comenzó a sufrir problemas nerviosos. Promovía obsesivamente sus ideas para salvar vidas y se convirtió en una persona hostil y antisocial en su entorno. Cuánto más agresivo se ponía, resultaba más fácil ignorarlo.
En 1865, sus colegas lo llevaron con camisa de fuerza a un hospital psiquiátrico. Murió de gangrena 15 días después.
Irónicamente, ese mismo año el cirujano británico Joseph Lister comenzaba a usar aerosoles de fenol como antisépticos.
Se había inspirado en los experimentos de Pasteur con los gérmenes y dos años más tarde escribió sobre su éxito en la prestigiosa publicación científica The Lancet.
Al terminar la década, casi todos los cirujanos estaban convencidos de la importancia de la limpieza.
Charles Darwin (1809-1882)
Después de Galileo, el científico que viene a la mente al pensar en un enfrentamiento con la Iglesia es Charles Darwin.
Suya es la teoría de que las especies evolucionan gradualmente con el tiempo, adaptándose a su ambiente.
Algunos en la Iglesia de Inglaterra consideraron la evolución como herética, por implicar que la Tierra no había sido creada perfectamente. Otros pensaban que la capacidad de adaptación fue diseñada por Dios.
Darwin publicó la idea en 1859, en "El origen de las especies", usando evidencia recopilada durante un viaje en el barco HMS Beagle.
Pese a la oposición religiosa, la comunidad científica la adoptó con relativa rapidez. La idea entró en la cultura popular cuando Darwin fue caricaturizado como un simio.
Darwin no permitió que la controversia lo afectara demasiado, pero para Robert Fitzroy, el capitán del barco que lo llevó a hacer sus estudios, fue más difícil.
En un debate en Oxford en 1860, dijo que la teoría le causó el "dolor más más agudo". Con una Biblia en la mano, imploró a la audiencia que creyera en Dios más que en el hombre, pero la audiencia estaba conformada mayoritariamente de científicos así que lo hizo callar a gritos.
Alfred Wegener (1880-1930)
El meteorólogo Alfred Wegener cometió su herejía en 1912.
Al notar que Sudamérica encaja con África como un rompecabezas, sugirió que todos los continentes estuvieron unidos alguna vez. Las fuerzas geológicas los separaron y derivaron a sus posiciones modernas.
Esto contradecía las creencias en boga, que las masas terrestres estaban fijas en su posición.
La comunidad científica hizo un frente unido contra Wegener, ridiculizándolo.
Aislado, siguió batallando. Amasó más pruebas y publicó continuas actualizaciones.
Finalmente, sus ideas fueron aceptadas en la década de 1960, cuando era imposible ignorar el peso de la evidencia.
Pero era demasiado tarde: Wegener había perecido en una expedición polar en 1930, a los 50 años.
Había desafiado el invierno ártico para llevar suministros de emergencia a una estación meteorológica en Groenlandia.
Al regresar de su misión en un trineo, no pudo soportar las temperaturas de -60°C.
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