¡Viva el plagio!, por Richard Webb
El crecimiento productivo es resultado más que nada del conocimiento.
- Richard Webb
- Director del Instituto del Perú de la USMP
¿Cómo se explica el crecimiento de la capacidad productiva de los
países? Por mucho tiempo, la explicación se centraba en la inversión: a
más maquinarias e infraestructura, más producción. Hasta que al
economista Robert Solow
se le ocurrió contrastar la teoría con la estadística y para sorpresa
de todos descubrió que la inversión explicaba apenas un 20% del
crecimiento histórico de Estados Unidos, descubrimiento que le valió el
Premio Nobel. Estudios de otros países llegaron a conclusiones
similares. Si no es la inversión, ¿cómo se explica el 80% de la
impresionante multiplicación productiva? Hoy, después de medio siglo de
estudio y debate, la respuesta más aceptada es que el crecimiento
productivo es resultado más que nada del conocimiento.
Pero habría que aclarar. El conocimiento que eleva la producción no
es la ciencia de punta que sale de los laboratorios. Es muy diferente
ser científico que ser inventor de soluciones para la vida práctica de
la economía. El transporte fue revolucionado en el siglo XIX por un
mecánico casi analfabeto, George Stephenson,
cuando inventó el tren a vapor. Bill Gates no terminó la universidad
–estudió apenas dos años– y en el Perú, donde el título vale tanto,
hubiera tenido un futuro limitado. La mayoría de los inventores han sido
del molde de Stephenson y Gates, personas de poca educación, pero de
gran creatividad y sentido práctico.
Otra aclaración es que, a diferencia del capital físico que
normalmente tiene dueño, el conocimiento es en general un bien sin
dueño, por lo menos en la práctica. Ciertamente existen las patentes y
registros de propiedad intelectual, pero su alcance protector es una
ínfima parte del valor generado por la vasta aplicación del
conocimiento. En los tres países más dinámicos del último medio siglo,
Japón, Corea del Sur y China, el número de patentes fue insignificante
durante las primeras décadas de sus despegues económicos. Después de su
derrota en la Segunda Guerra Mundial, el PBI de Japón creció a más de 8%
al año durante un cuarto de siglo, sin inventar casi nada: en esos años
el número de patentes japonesas era apenas 2% del número de patentes
registradas en Estados Unidos. Durante muchos años, ser producto japonés
era casi sinónimo de ser una copia.
Corea del Sur se volvió un país altamente productivo siguiendo el
mismo camino de poner toda la atención en la aplicación de conocimientos
ya existentes. Finalmente, China ha venido superando a todos sus
antecesores en la carrera del desarrollo a base de una masiva absorción
de tecnología ya creada por otros, y recién en los últimos años empieza a
enfatizar el avance científico y las patentes.
Es una lástima que Karl Marx no pudo estar enterado del
descubrimiento posterior de Solow. De haberlo sabido a tiempo, tendría
que haber escrito no “El capital”, sino “El conocimiento”, para explicar
la evolución económica de los países. Tampoco hubiera sido necesario
despotricar contra los capitalistas. En realidad, el crecimiento
impulsado por el conocimiento, que es casi gratis y que se encuentra al
alcance de los países y de las poblaciones más pobres, es lo que está
realizando la revolución que buscaba Marx. Del mismo modo, la proyección
pesimista de Thomas Piketty,
quien sostiene que la desigualdad crecerá inevitablemente, termina
siendo errada en la medida en que sus cálculos se basan en la creencia
antigua de que la producción es un resultado del capital físico y no del
conocimiento o capital intangible.
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