Ningún dios nos creó del barro, ni de costillas
Escribe: Fernando Bonifaz, miembro de la SSH
Hace pocos días, se anunció oficialmente que el descubrimiento de
varios esqueletos en una cueva en Sudáfrica el año 2013 corresponde a
una nueva especie antecesora del linaje humano, bautizada como Homo
naledi. Diversos medios se refirieron al hallazgo con el obsoleto y
anticientífico término de “eslabón perdido”. Pero lo más sorprendente es
que aún haya personas que nieguen el hecho de la evolución.Efectivamente, quien piense que el hombre salió del barro y la mujer de su costilla, tiene 200 años de ciencia para ponerse al día. El humano es el resultado de un proceso natural y continuo de evolución a través de un mecanismo llamado ‘selección natural’ (teoría de la evolución de Charles Darwin). Existen múltiples líneas de evidencia que lo comprueban.
Para los negacionistas, es una “teoría” en el sentido de simple conjetura. Para los científicos, es una teoría en el sentido de máximo nivel de explicación, con un consenso ganado a lo largo de innumerables investigaciones e intentos de refutación. Para todo el mundo, opiniones al margen, es un hecho.
En la actualidad, gracias a los avances de la ciencia –principalmente en los campos de la paleontología, la arqueología, la antropología biológica y la genética– sabemos que la especie humana (Homo sapiens) desciende de un ancestro común que vivió en África Oriental hace unos 200 mil años. Sin embargo, se estima que el ancestro común que compartimos con nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés, vivió hace unos 7 millones de años: el Sahelantropus Tchadensis, cuyos fósiles se encontraron en el Chad. Entre estos dos periodos existieron muchas otras especies emparentadas con el ser humano que vivieron de manera contemporánea, pero sólo descendemos de una. Algunas de las especies de homínidos de las cuales no descendemos lograron sobrevivir hasta hace poco tiempo, como el Neandertal (45 mil años), o el Hombre de Flores (Homo floresiensis), extinto hace apenas unos 10 000 años en la isla indonesia de Flores.
De forma similar, el humano comparte un ancestro común con el resto de especies, cada una de las cuales se encuentra ubicada en algún punto del árbol genealógico de la vida, contando desde su origen en la Tierra. Es aquí donde podemos encontrar, al final del eón Hadeico hace unos 4 mil millones de años, uno o varios organismos unicelulares de los cuales proceden todas las especies y toda la vida del planeta. En otras palabras, una cebolla y tú son también primos lejanos y tienen un ancestro en común.
Sin embargo, podemos seguir rastreando nuestro origen mucho antes a través de nuestro linaje cósmico. Nuestro cuerpo está compuesto por aproximadamente 10 cuatrillones de átomos, la mayoría de los cuales fueron formados en reacciones de fusión nuclear en el interior de estrellas antes de formarse nuestro Sistema Solar. Sin esas estrellas no hubiese sido posible crear átomos pesados como el carbono, y sin el carbono no podría existir la vida tal como la conocemos.
Los humanos, a través de la ciencia, hemos por fin comenzado a entender nuestro origen. Nosotros somos el producto de la evolución de la materia con un linaje que podemos rastrear varios miles de millones de años atrás. Cada uno de nosotros es lo que sucede cuando una primitiva mezcla de hidrógeno y helio evoluciona por tanto tiempo, que empieza a preguntarse de dónde viene. Nosotros encarnamos los ojos, oídos y pensamientos de la materia del cosmos.
Pero hay algo en el presente que nos hace distintos, algo que nos hace ser humanos.
Muchas especies tienen características únicas. En nuestro caso, la característica que nos diferencia puede identificarse en un único órgano: nuestro cerebro. Nuestra inteligencia, nuestra capacidad de analizar el entorno y de razonar, es el producto más maravilloso logrado por la evolución que conocemos. Esta increíble característica evolucionó gradualmente, desde hace unos 4 mil millones de años, hasta el último gran cambio que dio origen a nuestra especie tal como la conocemos hoy, hace unos 200 mil años. Y sigue evolucionando…
Dado que el humano es uno de los muchos posibles resultados de las fuerzas evolutivas de la naturaleza, los humanistas seculares no consideramos al humano como el pináculo de la evolución. La evolución no persigue ningún propósito de largo plazo, pues simplemente es un proceso continuo de adaptación a la naturaleza, acompañado por un incremento en la complejidad de los organismos. Es precisamente por este entendimiento científico de las leyes naturales que dieron forma a nuestra especie, que los humanistas seculares no compartimos la visión de un “creador de la vida” o “creador del hombre”, pues consideramos que estos conceptos nos dan un entendimiento equivocado de la realidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario