Agosto 3, 2015
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Varios compañeros de El Colegio Nacional rondan la frontera de los noventa o la han rebasado, con buena salud y vigor intelectual. Nuestro decano, don Silvio Zavala, murió serenamente hace unos meses, a los 105 años, en razonable uso de sus facultades y dejando una obra inmensa. En otros ámbitos, tengo amigos cercanos a esas fechas que gozan de una formidable vitalidad: el que a los 96 años acude diario a la gran empresa que fundó y encabezó por cinco décadas, y opina con autoridad sobre los grandes problemas nacionales; el que a los 97 nada un kilómetro diario, el que a los 92 juega tenis y dirige un famoso club. El que está por cumplir los 90, participa en triatlones con sus nietas, recorre 25 kilómetros en bicicleta cada fin de semana, y predica con el ejemplo: "La vida es así: si dejas de pedalear te derrumbas".
Es sabido que las mujeres tienen mayor esperanza de vida que los hombres. Quizá se deba a que tienen mayor esperanza en la vida que los hombres. Joy Laville, a sus casi 93, pinta con una alegría juvenil cuadros de sensualidad gauganiana: ninfas danzantes, playas tropicales, confines misteriosos. Un detalle curioso que siempre me ha llamado la atención en las calles de Nueva York es el hormigueo de señoras de avanzada edad empujando sus carritos de supermercado. Arregladas perfectamente de acuerdo a la estación, en el calor sofocante o en la nieve, con sus boquitas pintadas y sus atuendos de color, caminan con filosófica parsimonia. Uno de mis hijos ayudó a una de ellas a cruzar la calle y encaminarla a la puerta de su edificio. Ella le agradeció el gesto, no sin antes proponerle matrimonio.
Es obvio que el fenómeno está restringido por factores sociales, económicos, genéticos, y por el más poderoso de todos: el azar. Por otra parte, el envejecimiento de las poblaciones tiene (en Europa, en Corea o Japón) consecuencias gravísimas. Pero lo que me importa subrayar es la actitud ante la edad. Si el progreso de la medicina ha sido fundamental, la buena gerencia personal que aprovecha ese progreso (cuidando la alimentación, el ejercicio, la "escucha" del cuerpo) no debe serlo menos. Según Gabriel Zaid, la clave está en tener proyectos. Tiene razón: ver para adelante; ver aquello que está adelante nos distrae del impulso entrópico a descender en la tristeza. Siempre he leído así la enseñanza de Spinoza: "En lo que menos piensa un hombre libre es en la muerte; y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida" (Ética, Parte IV, Proposición LXVII).
Otro secreto para ganarle tiempo al tiempo -además, claro, del amor- está en la familia. No me refiero solo a la alegría natural de la descendencia sino a la responsabilidad frente a ella. Lo entendí en una obra de teatro llamada The Retreat from Moscow, del dramaturgo inglés William Nicholson. Un matrimonio de muchos años enfrenta una crisis terminal, frente a la cual la esposa declara a su hijo que se propone suicidarse. Tras escucharla, él pronuncia este monólogo:
No puedo pedirte que vivas por mí. Cada uno debe soportar su propia carga. Pero tú eres como la exploradora. Has avanzado hacia dentro del camino, has seguido adelante. Pero si luego de un tiempo decides que no avanzarás más, entenderé que el camino es demasiado duro, demasiado largo. Y sabré que al final triunfa la desdicha. Pero si decides seguir y, aunque fuese terrible, lo soportas, entonces sabré que, por más malo que sea, también yo puedo soportarlo. Lo sabré porque tú lo hiciste antes de mí.
Ese imperativo estoico es ineludible pero en una carta "Sobre la vejez" el propio Séneca recomendaba "irnos a dormir alegres y gozosos diciendo: 'He vivido y he acabado la carrera que me dio la fortuna'". Su corresponsal Lucilio se extrañaba de que el estoico recomendara una enseñanza epicúrea. "Continuaré infundiéndote a Epicuro [...] las mejores sentencias son de todos". Y agregaba su célebre rúbrica: "Ten salud".
Mi gran exploradora fue mi abuela materna. De joven, en su natal Polonia, había enfrentado físicamente a los asaltantes de su casa durante un pogromo. Creo que no perdió la fe religiosa. La escuché quejarse una sola vez en la vida. Y minutos antes de morir, en el hospital, me susurró: "¿Cuánto te va a costar esto?". Su hija única ha llegado a los noventa. Está aprendiendo a explorar.
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
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