Aprender de ciudades exitosas, Ámsterdam
Hace siglos que es la misma y que cambia. Su nombre vine de cuando sobre el río Amstel pudieron hacer un Dam, es decir, un dique.
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Por Augusto Ortiz de Zevallos
Hace siglos que es la misma y que cambia. Su nombre viene de cuando sobre el río Amstel pudieron hacer un Dam, es decir, un dique. Y estabilizar allí suelo habitable y productivo que ya pudo ser un punto de encuentro, de comercio y de consolidación en ese mundo tan acuático de los Países Bajos. Porque la ciudad de Ámsterdam está en buena parte bajo el nivel del mar, protegida por dunas y tejida por canales artificiales. Hecha a muchas manos, sobre arena.
Lo que requirió siempre que todos participen. E hizo así una ciudad de iguales.
Ya que para que haya “calles” hubo que hacer los canales o Grachts, que se tejen como una media telaraña desde lo que fue su puerto original y su centro, que está cerrado y abierto a un brazo de mar, que se abre al Atlántico y al Mar del Norte, de manera de permitir allí adentro seguridad y manejo de todas las muy distintas mercancías que allí se ha administrado: oro, café, té, porcelanas, cuadros al óleo, armas, mapas de navegación, pimienta y especies, diamantes, conocimiento, ideas, libertades…
El excelente museo de la ciudad que allí está lo explica reivindicando que esa identidad plural y arraigada es común a cada pieza del rompecabezas; desde la vieja iglesia Oude Kerk, al lado de la cual está el apacible barrio de linternas rojas, así como el mercado semanal de los quesos, hasta el millón de bicicletas (una por habitante) o los mil puentes que tejen una ciudad vital que se vive mucho más afuera que adentro, pese a que su clima es nórdico, frío y ventoso.
La ciudad siempre fue un bien compartido, algo de todos y que le importa a todos. Su palacio mayor –mal llamado hoy Del Rey, Koening– fue el Ayuntamiento o Municipio, precisamente en el Dam. Fue Napoleón quien se lo agarró y cambió de uso, pero toda su arquitectura y sus obras de arte en cada sala son a propósito de cómo administrar ciudadanía y ciudad. Cómo lo público debe prevalecer sobre lo privado. Como vivir bien sumando.
Es una ciudad, en el mejor sentido, burguesa. Un burgo, algo que se ha hecho con esfuerzos y emprendimientos y cuyos estándares de vida, de educación, de cultura, de libertades personales, de vida universitaria, artesanal, artística y también comercial y de seguridad están para ser defendidos y renovados.
Y que se ha repuesto de ataques, asedios, derrotas y guerras, como cuando la invasión nazi evacuó y exterminó a no poca de la histórica comunidad judía, que se suma a la china, a la tailandesa y a tantas de tantas partes adonde llegaron los holandeses desde el siglo dieciséis en adelante.
Y por algo New York se llamó antes, más apropiadamente, New Ámsterdam. Nada tuvieron que ver ni York ni los ingleses con su fundación. La compraron, bastante después.
Y por algo, no poco de la arquitectura inglesa, especialmente en el estilo Georgian y también en el Victorian, se inspiran en la sabia sobria y tectónica arquitectura holandesa que Ámsterdam lideró como capital neerlandesa.
País pequeño pero de inteligencia colectiva grande, que ha provenido de su pluralidad renovada, de su tolerancia, de su diversidad religiosa, de ser muchas en una.
Por eso, su moderna identidad libertaria no es extraña. Y ya después de haber sido por décadas un foco de libertades personales, andan algo hartos ahora de acumular un turismo tontamente consumista y van tratando de que se entienda y se valore que Ámsterdam es mucho más que linternitas y humos estimulantes.
Si uno va, casi debe evitar, aunque sean inevitables, porque allí estuvo el puerto y nació la ciudad, esa calle axial entre la estación de tren y el Dam. Allí está deambulando todo el turismo tonto. Y caminar por paralelas y transversales, y perderse como también se debe hacer en Venecia descubriendo rincones y eludiendo clichés.
Los museos son excelentes y singulares, especialmente también el Koenning (renovado) y el de Van Gogh. En realidad, toda la ciudad es un museo pero vivo y no congelado. La arquitectura cuida que no se desfigure la ciudad, pero tampoco esconde la modernidad, como debe ser.
Ciudades que asumen lo que son, que convierten sus verdaderas identidades en marcas y que se abren a todas las ideas, visitantes y formas de valorarlas. ciudades líderes.
En ellas a nadie y menos a un municipio metropolitano se le ocurriría abandonar obras esenciales e indispensables, como escaleras rampas y puentes peatonales que llevan de toda la ciudad al litoral. O como recuperar el centro histórico y tres kilómetros del río que le da nombre a la ciudad. Allí el Amstel la hizo llamarse Ámsterdam, aquí el Rímac rebautizó a una “Ciudad de los Reyes” como Lima.
Allí los ciudadanos y sus líderes hacen ciudad. Aquí la ‘baipasean’. Y por eso, en vez de disfrutarla, la padecemos.
A ver si aprendemos. Y a ver si con el pretexto de los Panamericanos se supera esa mala leche, que además políticamente también es suicida.
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