Escribe Ángel Gavidia
Para el Cuerpo Médico del Hospital Belén de Trujillo en su 37 aniversario
I. LOS GRIEGOS
Cuando a Isaac Asimov le preguntaron quien era el científico al que admiraba más, sin pensarlo dos veces dijo “ a Newton”; no, obviamente, porque fuera su tocayo, si no por cuatro o cinco buenas razones entre las que se encontraba la de haber sofrenado de una buena vez la autoridad atropellante de los antiguos griegos. Los nombres de Platón, Aristóteles, Euclides, Arquímedes y Ptolomeo habían descollado durante dos mil años como gigantes que, digamos, aplastaban a las generaciones que les sucedieron. Isaac Newton y su libro Principia Mathematica reducen la influencia paralizante de los helénicos y rompen para siempre el complejo de inferioridad intelectual que el hombre moderno tenía frente a ellos (1).
Pero los médicos guardamos una relación especial con los griegos; un sentimiento de gratitud y familiaridad. Nos trataron muy bien en su mitología y aportaron luego a Hipócrates, ya no un ser mitológico, si no un valiosísimo integrante de la especie humana. Además, acuñaron palabras como philía (amistad), y poyesis (creación), de allí la eritropoyesis pero también la poesía.
Pero remontémonos a Apolo el médico de los dioses del Olimpo que, para variar, se enamoró de una mujer comprometida, la bella Coronis a la que seduce y embaraza; pero Coronis por insistencia paterna debe casarse con su primo Isquión, el prometido; enterado por el cuervo (que antes de llevar la terrible noticia era blanco) de esta decisión familiar, Apolo asesina a Coronis y a toda su familia; a toda, no: por cesárea, logra salvar a su hijo Asclepios. El poeta Píndaro , que no aceptaba que los dioses fueran injustos, cambia la leyenda atribuyendo a Coronis una conducta infiel para “justificar” el proceder de Apolo. Apolo encarga a su hijo recién nacido al centauro Quirón, una criatura llena de sabiduría, experto en magia, música y medicina. Asclepios aprende del centauro el arte de curar y rápidamente logra muchísimo prestigio; tanto, que Apolo abdica de su condición de dios de la medicina a favor de su hijo Asclepios o Esculapio; sí, el hombre del bastón y la serpiente que adorna, con justicia, nuestras aulas y congresos. Pero Asclepios enferma de soberbia, de hubris o hybris, y desafía a los mismísimos dioses resucitando muertos. Zeus, el padre de las divinidades del Olimpo, termina liquidándolo con una de sus mortíferas centellas (2,3,4).
II. EL MÉDICO DE COS
El año 460 a de C, en la isla de Cos situada al sur del mar Egeo, frente a la costa del Asia Menor, en el seno de una familia noble, los Asclepíades, familia que se irrogaba el descender directamente de Asclepios, nace Hipócrates el Padre de la Medicina. El gran Aristóteles dijo de él “No como hombre sino como médico, es más grande que cualquier otro que le sea superior en estatura”. Hipócrates estudió con la mayor acuciosidad en qué se diferenciaba un hombre enfermo de un hombre sano, y un enfermo de otro hombre enfermo; buscó el origen de la enfermedad no en lo sobrenatural sino en la naturaleza misma (aquella que los griegos llamaban physis), en el cuerpo humano y en el mundo material que rodea al hombre. Introdujo el método de la observación y de la recopilación de los síntomas, su evolución y sus relaciones con el entorno (5). Diferenció la medicina de la teúrgia (especie de magia con la que se pretende tener comunicación con las divinidades para operar prodigios) y de la filosofía; cristalizó los conocimientos de las escuelas de Cos y Cnidos en un sistema científico y llevó la moral médica a la más alta perfección. No resisto a esta altura la tentación de citar algunos de sus textos: “(…)La timidez del médico pone al descubierto la impotencia, y la temeridad, la inexperiencia. Hay dos cosas: saber es una cosa, más simplemente creer que se sabe es otra. Saber es ciencia, más simplemente creer que se sabe es ignorancia (…)” “(…)En las enfermedades agudas debe observarse: primero, el aspecto del paciente; si es el que suele tener, porque estos es lo mejor, mientras que lo más opuesto a ello es lo peor, como lo siguiente: nariz afilada, ojos hundidos, sienes colapsadas; orejas frías, contraídas y sus lóbulos desviados hacia afuera, estando la piel de la frente rugosa y distendida, siendo toda la cara de coloración verde, negra, lívida o plomiza (…)” “(…)El vendaje es verdaderamente médico cuando beneficia al paciente. Se dejan de lado los vendajes elegantes y dispuestos teatralmente, que para nada sirven; eso es miserable, huele a charlatanería y a menudo daña al enfermo, que no pide adornos si no alivio (…)” (6). Acerca del Juramento que lleva su nombre, Margaret Mead, reputada antropóloga norteamericana, dice que “fue un documento revolucionario, no solo en medicina si no en la historia de la cultura humana, al separar para el médico, por primera vez, la capacidad de sanar de la capacidad de matar; atributos, ambos, de los antiguos hechiceros. Son poco los escritos de la historia humana que mantienen su actualidad por más de dos mil quinientos años”. Lo cierto es que la escuela hipocrática contribuyó decisivamente a dotar de dignidad a la medicina, empañada en aquel tiempo por los charlatanes, la magia y el comercio con las divinidades. En uno de los Tratados Hipocráticos se encuentra lo siguiente: “El arte de la medicina es de todas las artes las más notable, pero debido a la ignorancia de los que la practican y de los que a la ligera la juzgan, actualmente está relegada al último, lugar” (5). De allí, del último lugar, Hipócrates y su escuela la recuperan colocándolo a la vanguardia. La médica fue, hasta bien entrada la Edad Media, una de las pocas profesiones. Profesión viene del latín: pro, adelante y fateri, confesar, hablar, manifestar, hacer compromiso solemne de servicio, e históricamente el término profesión estuvo limitado a sacerdotes, médicos, monarcas y jueces. A nadie más.
III. PHILÍA
La amistad como ingrediente fundamental en la relación médico paciente, plantearon los griegos, y como parte de ella, la confianza en ida y vuelta. Al hacer un repaso del médico y el enfermo en la Grecia clásica, Pedro Laín Entralgo dice: Imaginemos un acto médico ejemplar. Más allá de su interés económico-profesional, el médico es en tal caso movido por la voluntad de ayuda técnica al enfermo. El enfermo, a su vez, acude al médico animado en primer término por su voluntad de curación. Pues bien: pese a la evidente diferencia entre uno y otro motivo, el genio griego tuvo el penetrante acierto de bautizarlos con un mismo nombre: a uno y a otro le llamó genéricamente philia , “amistad””. “El enfermo es amigo del médico a causa de su enfermedad” dice Platón en Lisis (217 a). “Donde hay philanthropíe (amor del hombre en cuanto a hombre), hay también philotekníe (amor al arte de curar)” proclama una famosa sentencia, helenística ya, de los Praecepta hipocráticos (L.IX, 258). Antes que ayuda técnica, antes que actividad diagnóstica y terapéutica, la relación entre el médico y el enfermo es –o debe ser- amistad, concluye don Pedro (7).
IV. LA TRADICIÓN HIPOCRÁTICA Y LAS LEYES DEL MERCADO
Fueron los médicos hipocráticos quienes sentaron las bases esenciales de la medicina clínica tal como hoy se practica. Así como también formularon los principios fundamentales de la ética médica. La relación médico paciente se basaba en la confianza mutua y el trato era personalizado.
Es importante anotar aquí que, en el devenir histórico de la interesantísima relación médico-paciente, existe un hito inobjetable: el año 1973. En él la Asociación Americana de Hospitales aprobó la primera Carta de Derechos del Paciente que reconoce el derecho de los enfermos a una completa información sobre su situación clínica y a decidir entre las opciones posibles, como adulto autónomo y libre que es. A partir de este momento el enfermo deja de ser paciente (es decir, pasivo) y se convierte en agente, asume su condición de adulto responsable que tiene, junto con el médico, que tomar las mejores decisiones sobre su propio cuerpo. Así, el paternalismo de la práctica hipocrática, en donde sólo el médico tomaba decisiones por el paciente, va quedando atrás (8). Sin embargo la confianza pervive, la philia se mantiene.
Pero existe actualmente una visión tecnocrática que concibe a la medicina como cualquier otra prestación de servicios regulada por el mercado, y a la práctica médica, en si, como un simple contrato entre un profesional y su cliente. De igual modo, la organización de la atención médica y la salud, para esta visión, es una empresa que debe obtener los mayores beneficios fiduciarios, sin importarle los fines morales de la medicina y menos la condición económica de los pacientes. Lo que aquí se exige es rapidez, rendimiento o productividad, con los mismos criterios cuantitativos, que son útiles para medir la producción de bienes manufacturados. Obviamente estos criterios no sirven para juzgar la calidad de la atención médica, debido a la propia naturaleza de la actividad. La medicina se convierte así en un servicio dominado por el mercado en donde el paciente pasa a ser un cliente más.
En este contexto en los últimos decenios la práctica médica tradicional se ha ido modificando por normas y reglamentos externos y se ha visto amenazada por lo que se ha dado en llamar la “judicialización de la medicina”. Pareciera que el autogobierno ético inherente a la práctica médica estuviera siendo reemplazado por el temor a la ley y al reglamento.
El profesor Alejandro Goic, en su libro Conversaciones con Hipócrates, se lamenta desde su trinchera intelectual: Algunos podrán pensar, dice, que todo esto no pasa de ser un discurso idealista o añejo sobrepasado por la historia y que no tiene cabida en el mundo moderno. Hoy, acepta con algo de resignación, existe una realidad distinta. Los asuntos económicos, el mercado y la competencia son dominantes, y a ellos no puede sustraerse la práctica de la medicina. Frente a este panorama el maestro aconseja aferrarse a los valores propios de nuestra carrera que nos permitan resistir los embates de estos tiempos. Nos hace recordar que el significado de la medicina es un legado histórico que ha recibido la humanidad y no algo que se reinvente periódicamente. Y termina diciendo que la fórmula adecuada para el buen médico parce ser una combinación de técnica y humanidad, de ciencia y compasión (9). Es decir lo mejor de la tradición hipocrática que ahora, pareciera, va llegando a su fin ahogada por las omnipotentes leyes del mercado, salvo error u omisión como rezaban antes las facturas.
BIBLIOGRAFÍA
1. Asimov I. Cien preguntas básicas sobre la ciencia. Madrid: Alianza Editoruial, 1973. P 15-16
2. Goic A. Conversaciones con Hipócrates. Santiago de Chile: Editorial Mediterráneo, 2009. P21-22.
3. Lyons A, Petrocelli R . Historia de la medicina. Barcelona: Ediciones Doyma, 1984. P 165-183.
4. Buzzy A, Doisenbant A. Evolución Histórica de la medicina. 1ºEd. Buenos Aires: Medica Panamericana, 2008. P80-81.
5. Goiuc A. Op cit. P24-30.
6. Buzzi A, Doisenbant A. Op. Cit, p86-97.
7. Laín P. El médico y el enfermo. 2ºEd. Madrid: Editorial triacastela, 2003.P 47-72.
8. Laín P. Op cit. P12.
9. Goic A. Op cit. P 215-227.
10.
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