martes, septiembre 13, 2011

El aborto y las 10 falacias del mundo conservador


7 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Opinión

Con 12 semanas de gestación, a la autora de esta columna los médicos le diagnosticaron que el feto que llevaba en su vientre tenía una grave anomalía al cerebro. Su hijo Osvaldo y ella vivieron un calvario. El pequeño murió hace poco, pero Karen tomó su experiencia como ejemplo para luchar por el derecho al aborto terapéutico, iniciativa que ayer se aprobó en el Senado en su idea de legislar.

Mi hijo murió el 25 de julio recién pasado, como consecuencia de una malformación cerebral grave llamada Holoprosencefalia. Estuvo con nosotros casi dos años y medio de mucho sufrimiento para él y para toda la familia. También viví momentos preciosos e imborrables, y su pérdida aún cala en lo más profundo de mi corazón. Lo cuidé y amé con todo mí ser, pero se me fue…
Durante todo este tiempo expuse mi situación y opinión respecto de la necesidad de legalizar el aborto en situaciones como ésta, porque viviendo en carne propia esta realidad, me fue posible conmensurar el dolor que significa vivir una situación tan íntima como trágica. Todavía duele.
Expuse mi situación para que de una vez por todas reaccionemos como sociedad y comencemos a respetarnos en nuestras creencias y convicciones personales. A la par (porque no hay ninguna contradicción) luché por mi hijo y por todos los niños que lamentablemente sufren (o sufrirán en el futuro) la indiferencia de una sociedad esquizofrénica: la que en el discurso se proclama como “defensora a ultranza” del valor de la vida, pero que después de nueve meses, olvida por completo a la mujer y al niño nacido.
Para muestra un botón: el actual Ministro de Salud, Jaime Mañalich Muxi –que no ha asistido a ninguna sesión de la comisión de salud del Senado que está debatiendo el tema, y que ha comparado mi opinión con el régimen nazi– aún no contesta dos oficios que le enviara a través de la Comisión Defensora Ciudadana, en la que pedía ayuda para los niños y familias que están viviendo una situación similar a la mía. En efecto, todas las ayudas que recibí, económica y emocional, provinieron de agrupaciones que apoyaron mi demanda (salvo honrosas excepciones, como lo es el caso del Senador Francisco Chahuán). Vayan mis cariños e infinitos agradecimientos para todas aquellos que fueron parte de mi vida y de la de mi hijo durante este tiempo. Si existe el cielo, se lo ganaron. Con acciones, no con discursos.
El actual Ministro de Salud, Jaime Mañalich Muxi –que no ha asistido a ninguna sesión de la comisión de salud del Senado que está debatiendo el tema, y que ha comparado mi opinión con el régimen nazi– aún no contesta dos oficios que le enviara a través de la Comisión Defensora Ciudadana, en la que pedía ayuda para los niños y familias que están viviendo una situación similar a la mía.
Este año, por primera vez desde el regreso de la democracia, nuestro poder legislativo se ha atrevido a debatir proyectos de ley que invitan a nuestra institucionalidad a legalizar el aborto por determinadas causales, lo cual es un gran avance considerando que hasta ahora, todos los proyectos de ley sobre la materia eran derechamente archivados.
Y se han dicho muchas cosas que no me son indiferentes. Muchos mitos y lugares comunes falsos que me animan a escribir nuevamente. Me referiré exclusivamente a la causal de despenalización del aborto que he defendido, aunque algunos de estos mitos resultan aplicables a la discusión en su conjunto. Abarcaré 10 lugares comunes que confunden a la opinión pública, muchos de los cuales reflejan una indeferencia profunda sobre la tragedia que significa estar enfrentada a una situación tan dolorosa como la que les he descrito.
1° falacia: “Yo soy provida; tu eres una abortista y asesina”
Lo he dicho antes, pero creo que un sector de nuestra sociedad parece no entender –y los medios de comunicación aportan con su grano de arena– que los partidarios de despenalizar la interrupción del embarazo (por cualquier causal) no son contrarios a la vida; como los autodenominados sectores “provida” intentan hacer creer a la opinión pública.
En efecto, tildar de asesinos a quienes creemos que el Estado debe respetar la opción (reitero: la opción; no la imposición) de cada mujer cuando se ve enfrentada a un embarazo que pone en riesgo su salud e implica un sufrimiento injustificado (más adelante explicaré el por qué), es una falacia que no pretende argumentar, sino atacar, descalificar al adversario y clausurar el necesario debate. Y es una falacia porque quienes defendemos la opción de la mujer, no lo hacemos por un desprecio de la vida, sino que (muy por el contrario) lo hacemos porque consideramos que permitir la opción en el escenario descrito, resulta ser una alternativa profundamente más humana e integral, habida cuenta que no le es indiferente ni la vida del que está por nacer ni la de la madre ; y también, porque es la única alternativa que respeta la libertad de conciencia que todo Estado Laico (no confesional) debe respetar y promover.
2° falacia: “La práctica del aborto es acto moralmente malo”.
Que duda cabe que enfrentados a situaciones extremas como las que he compartido con ustedes, la decisión de continuar o interrumpir un embarazo es profundamente compleja. En momentos como ese pasan millones de cosas por nuestras cabezas (p.e. ¿por qué a mí?, ¿qué hice mal?, ¿cuál será la mejor decisión para mí y mi familia?). Y cuando recibes la noticia que tu embarazo no es viable, que tu hijo no sobrevivirá al parto o que tendrá una vida corta, dolorosa y sin capacidad de desarrollarse como una persona autónoma, el mundo se te viene abajo.
En este escenario, la moralidad de la decisión de continuar o interrumpir un embarazo representa una situación que dependerá en última instancia de nuestras profundas convicciones y/o creencias religiosas y, en ese entendido, el Estado no se encuentra facultado para exigir un determinado comportamiento. En efecto, imponer a la mujer vivir contra su voluntad una experiencia tan desgarradora como la que viví en carne propia (mi hijo, yo y mi familia) representa sin lugar a dudas un tipo de tortura, que intenta convertir a la mujer –a la fuerza– en mártir (Martirio: Dolor o sufrimiento, físico o moral, de gran intensidad), lo cual es impresentable en todo Estado que tenga respeto por los derechos humanos en forma integral y armónica.
Con todo, el Estado no puede ni debe imponer una moral por sobre otra, sino que debe dejar que cada cual adopte, autónomamente, su decisión (compleja, cualquiera sea ésta). En tal sentido y como el Estado debe ser neutral en estas instancias, tan íntimas como trágicas, no cabe sino desestimar otra falacia: “cuando un Estado promulga una ley que permite el aborto, lo que en realidad se hace no es sólo permitir el aborto, sino auspiciarlo”. Creo que no es necesario ahondar mayormente en este asunto por lo burdo del argumento.
Finalmente, como para algunos legítimamente el aborto representa un mal (desde sus creencias) se argumenta que toda mujer que se practica un aborto, tarde o temprano, se arrepentirá, sentirá que hizo algo horrendo y en suma, que su dolor será una carga que no podrá superar jamás. El sacerdote Francisco Javier Astaburuaga Ossa dice en ese sentido, que la mujer sufrirá el “Síndrome Post Aborto que acompañará a esta madre por toda la vida
La falacia acá es evidente porque se asume que todo el mundo cree que la interrupción del embarazo es un acto malo en sí mismo (en términos morales), independiente de las circunstancias –aquella parte del asunto que olvidan los contrarios a todo tipo de aborto– y, principalmente, de las creencias de cada cual. Sumado a lo anterior, la penalización del aborto bajo toda circunstancia –como ocurre sólo en El Salvador, Nicaragua, Malta, Ciudad del Vaticano y Chile– genera en quienes optan por abortar clandestinamente y desafiar a la institucionalidad (algo más común de lo que se cree y dice) un sentimiento obvio de culpa, pero no necesariamente por la moralidad de la decisión en sí misma (algo que debe asumir cada cual), sino por incurrir clandestinamente en un acto penalizado por nuestro ordenamiento jurídico.
3° falacia: “La vida es sagrada”
En este sentido, simplemente me permito adscribir a las palabras de Carlos Peña: “la vida humana es un valor que nos interesa a todos” pero ese valor que se le concede a la vida es un valor “prima facie”. Con todo, invocar el valor de la vida bajo toda circunstancia, “no es un argumento concluyente. Se requieren razones adicionales”. Pues bien, estas razones adicionales que puedan justificar (con argumentos seculares) el estado actual de las cosas, no las he escuchado por ninguna parte.
Muchos argumentan que la sacralidad de la vida es una premisa a la cual todos debemos adherir, independiente de toda circunstancia. En palabras del arzobispo de Concepción, Fernando Chomalí, si nos toca vivir una experiencia como las que les he descrito “hay que inclinar la cabeza frente a los designios de la vida”, frase que sólo es posible interpretar como “los designios de un ser o fuerza superior”.
Y respecto de estos “designios”, ya he señalado que un Estado laico no puede ni debe legislar en beneficio de un grupo de personas que siguen una determinada creencia religiosa (lo que atenta, entre otros, con los derechos a la igualdad ante la ley y a la libertad de conciencia), por lo que no me detendré mayormente en esto.
Muchos me han dicho: “Es lo que te tocó, qué pena…eres tan joven”. Yo, por mi parte, sigo pensando que la mujer debiera tener el derecho a decidir en un momento de tanta significancia para su vida.
A estas alturas, muchos estarán pensando que me he olvidado del respeto que merece la vida del que está por nacer y que, por tanto, no he dado los argumentos que justifiquen sacrificar el valor de esa vida en potencia, sino que sólo me he enfocado en el doloroso proceso que viven las mujeres que se ven enfrentadas a situaciones como la mía.
En las falacias siguientes (4 y 5), ahondaré en estos argumentos.
4° falacia: “Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados” (Mateo 5.5)
Quizás en esto esté el fondo de toda la discusión. El sufrimiento humano implica un misterioso camino. A algunas personas, las situaciones dolorosas las pueden paralizar, generar resentimiento, depresiones irreversibles y un largo etcétera. Para otras en cambio, el sufrimiento siempre es una oportunidad de crecer, madurar y ver la vida desde otro prisma, por lo que no corresponde evitarlo, hasta el punto de considerarlo deseable. Generalmente, las personas buscamos la felicidad y evitamos sufrir (es lo más humano del mundo), aunque reconocemos que el sufrimiento nos puede hacer crecer.
En suma, ambas opiniones no dejan de tener razón (en mayor o menor medida, dependiendo de las vivencias y creencias de cada cual). Pero la pregunta es otra: ¿El Estado puede obligarme a vivir una realidad tan intensamente dolorosa (la magnitud de lo que les estoy hablando es algo que quizás no puede explicarse con palabras), si yo así no lo deseo?, ¿tiene el Estado la autoridad para decirme que en esta situación tan altamente trágica, sólo debo enfrentar el dolor de una determinada manera: continuar el embarazo, aún en contra de mi voluntad?
Para Patricia Gonelle, perteneciente a una agrupación autodenominada provida “con el sufrimiento uno puede crecer, dar un giro en su vida hacia algo que de sentido a nuestras vidas (…)”. Para el doctor Jorge Neira (PUC) –que ha dado su opinión más política que médica sobre la materia– “continuar con esos embarazos, y no abortar, les permite a los padres lograr la paz (…) Aquí es fundamental la compañía, pero compañía-compañía, en cuerpo, alma y espíritu, que las llamen en la noche y las preparen para dar sentido al sufrimiento. Así se tranquilizan y logran la paz”.
Como es posible apreciar, estas opiniones reflejan sólo una creencia: la que ve en el sufrimiento sólo virtudes; algo deseable del que no tenemos porque escapar (son los designios de la vida como dijera anteriormente). Como he insistido, esta visión es totalmente respetable, pero en ningún caso puede resultar obligatoria para quienes no ven tantas virtudes en el sufrimiento humano o bien, lo ven, pero no en una forma tan absoluta y extrema. Hay quienes pensamos que en situaciones como éstas, lo que corresponde es que cada cual analice la situación en su mérito, para luego adoptar una decisión libre e informada.
Pero eso no es todo. Al sufrimiento de la mujer (y por añadidura al de toda una familia) hay que agregar una nueva variable: que en los casos de inviabilidad o malformaciones cerebrales severas, el ser en gestación no podrá ejercer como un agente moral. Así, el niño en potencia que en principio merece nuestra protección (porque, también en principio, así interpretamos su interés de vivir) no tiene la capacidad de tomar decisiones morales –como consecuencia de su irremediable malformación– por lo que no tendrá, en su dolorosa y limitada vida, intereses propios para desarrollar con autonomía su propio proyecto de vida (que es el argumento utilizado por quienes se oponen al aborto a todo evento).
Al respecto, clarificadora resulta la visión que tiene sobre la materia un profundo detractor de todo tipo de abortos, José Joaquín Ugarte Godoy –profesor de la Universidad Católica de Chile– para quien: “cuando el individuo viviente tiene naturaleza racional, porque forma ideas que recogen no la apariencia sensible, sino la esencia y el ser de las cosas, es decir, tiene intelecto –que siempre va acompañado de la facultad de querer libremente el bien, o voluntad– se llama persona (…) Esta alma intelectual le permite a la persona conocerse y poseerse a sí misma – porque las cosas se poseen por el conocimiento– y ser dueña de sus actos, teniendo así una subjetividad, una interioridad, un cierto ser para sí; y porque puede la persona poseerse a sí misma, puede poseer como propios bienes exteriores, puede ser sujeto de derechos. La naturaleza racional traza así una frontera infranqueable entre el hombre, sujeto de derechos, y las cosas, que son objetos de derecho para el hombre”. Creo que, sobre el punto, las palabras sobran.
Pues bien, que el ser en gestación no pueda ejercer como agente moral autónomo, implica que el sufrimiento que experimente no tendrá sentido alguno para sí mismo y, por lo tanto, el único factor que puede fundamentar una decisión al respecto, son nuestras creencias y convicciones más íntimas.
Así las cosas, el dolor es doble. Personalmente no tengo palabras para explicar lo doloroso que significa ver a un hijo sufrir en vano y sin poder hacer nada por remediarlo. Piensen por un segundo en la preocupación que implica cualquier accidente o enfermedad de un hijo y luego, comprendan que esos pensamientos invadieron mis pensamientos cada día, desde el momento en que supe el diagnóstico de mi hijo y que siguen dando vueltas en mi cabeza. Piensen finalmente en lo doloroso que significa para cualquiera, ver morir a su hijo. ¿Habrá dolor más grande que ese? ¿Se dan cuenta la magnitud de lo que estoy hablando? ¿Por qué entonces no conceder la posibilidad de evitar tanto dolor humano que además resulta pueril para quien se dice defender?
5° falacia: “El propósito es hacer una selección racial en la búsqueda de la perfección humana y representa un desprecio a todos nuestros discapacitados”.
Adicional a la falacia anterior, resulta necesario hacer una precisión: la situación que me tocó vivir y que es la que estoy defendiendo en estas líneas, no se refieren a cualquier tipo de discapacidad. Como intenté explicar, se trata de embarazos en los cuales el que está por nacer es inviable en su vida extrauterina, o tendrá una vida corta, dolorosa y sin capacidad de desarrollarse como una persona autónoma, debido a que, su severa malformación, le impedirá actuar como agente moral.
Pues bien, en el debate, la falacia es que se dice que las situaciones como las que trato acá nada tienen que ver con un aborto terapéutico, sino que se trata de un aborto eugenésico, lo cual da pie para decir que lo que en realidad se busca, es una selección racial al estilo nazi. En efecto, elconcepto originario de la eugenesia se relaciona con la búsqueda de mejorar los rasgos hereditarios humanos.
Por este motivo, si para algunos resulta discutible que se hable de aborto terapéutico en casos de inviabilidad o malformaciones cerebrales severas, también resulta discutible que se hable de aborto eugenésico a secas, porque con eso sólo se confunde a la opinión pública.
Como ya habrá quedado claro, nada tienen que ver en esto, los niños con síndrome de down o con determinada discapacidad física o racial –como el color de la piel– por citar algunos ejemplos. La discusión debe ser sincera. Sin lugar para falacias como ésta que sólo buscan lograr empatía mediante el engaño.
6° falacia: “Abrir la puerta a la legalización del aborto por razones de salud, implica un camino sin retorno”.
El lugar común acá podemos describirlo de la siguiente manera: “Si legalizamos el aborto por una o más causales, imponderablemente veremos que, con el tiempo, permitiremos la interrupción del embarazo a todo evento”. Esta falacia se conoce como la “pendiente resbaladiza” y sugiere que una acción iniciará una cadena de eventos que culminarán en un indeseable evento posterior.
Lo anterior es sólo atribuible a una campaña del terror que no ofrece ningún argumento sobre el tema de fondo.
No obstante, es conveniente dejar expresado que si se decide legalizar la interrupción del embarazo por determinadas causales, es necesario que la norma jurídica sea precisa en cuanto a su alcance (técnica legislativa) y aplicación, porque es la única opción que asegura transparencia y coherencia entre los argumentos que justifican una legislación y los hechos que ameriten ponerla en práctica. Debemos ser honestos. Sin trampas ni claroscuros.
7° falacia: “Los diagnósticos médicos pueden fallar”
También acá existe una falacia, porque el conocimiento científico existente nos permite obtener información para tomar decisiones basadas en la tecnología y los conocimientos disponibles. Actualmente, la ciencia es capaz de diagnosticar la presencia de fetos inviables o con graves malformaciones cerebrales desde muy temprano en el embarazo.
No obstante, cuando se discuten estos asuntos relacionados con la inviabilidad fetal o malformaciones cerebrales severas, a los médicos siempre se les hace la pregunta equivocada: El ser en gestación, ¿(sobre) vivirá horas, días, semanas?
Puede que un bebé con un diagnóstico con Anancefalia u Holoprosencefalia (sobre) viva más del rango estimado –por lo que los médicos deben ser muy prudentes, objetivos y realistas en la información que entregan a los padres–, pero la pregunta que debemos hacerle a los médicos es otra: ¿podrá el ser en gestación desarrollarse como persona?, si logra sobrevivir al parto, ¿tendrá conciencia de sí mismo para poder trazar su proyecto de vida y, por ende darle un sentido a ésta, desde su propia subjetividad?, ¿qué nos dice la ciencia al respecto?. Si nos planteamos así, el raciocinio resulta menos egoísta, por cuanto nos centramos más en el ser en gestación y en lo doloroso que puede resultar la experiencia para todos los involucrados. Al respecto, insisto en la pregunta sobre el sufrimiento que significan estas trágicas experiencias: ¿qué sentido tiene el dolor de toda una familia, y del propio bebé (en caso de sobrevivir al parto) si dicho sufrimiento será en vano (al menos, desde una mirada no espiritual)?
Sin duda que el asunto de los diagnósticos médicos es de suyo complejo, considerando que representa un tema totalmente técnico. En razón de aquello es importante que la legislación persiga un objetivo claro: obtener de los médicos opiniones científicas, sin sesgo ideológico. En otras palabras, no se requiere de los médicos, su opinión respecto de la pertinencia de interrumpir (o no) un embarazo, sino sólo de si, en un caso determinado, resulta o no aplicable la legislación. De esta forma, aunque no estén de acuerdo en la posibilidad de interrumpir un embarazo, los médicos debieran entender que su rol es otro, aunque -por principios- siempre podrán negarse a participar en la intervención propiamente tal.
Lo importante acá es que no resultaría ético que los médicos confundieran su  legítima opinión política, con la evidencia médica existente, que es lo que interesa.
De cualquier forma, sobre esta falacia hay que hacer una precisión: quienes se oponen a la idea de legislar basándose en eventuales errores en los diagnósticos médicos, debieran reconocer, por transparencia, que su aversión al aborto en estos casos, no es por principios, sino sólo por un asunto técnico.
En suma, todo lo que esté más allá de un diagnóstico médico debidamente fundado en la evidencia científica disponible –como la fe en los designios de Dios, la esperanza en que se produzca un milagro o la duda de si seré o no capaz de enfrentar esta dura situación– es un asunto de fe y/o creencias personales; algo que como ya he señalado insistentemente, corresponde evaluar a cada cual.
8° falacia: “No se puede legislar para la excepción”
Muchos de los que opinan –de uno y otro lado– caen en la trampa de fundar sus posturas en base a la cantidad (baja o considerable, según el punto de vista) de embarazos que presentan complicaciones como las que comentamos.
Pero nuevamente, ese no es el punto en discusión. Lo que interesa acá es otra cosa: ¿puede el Estado permitir que se vulneren derechos fundamentales?, ¿o el rol del Estado (respeto y promoción) depende del número de personas que puedan verse afectadas? Aunque sean casos excepcionales, el impacto emocional es altísimo y golpea a toda una familia. Todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos. Por lo menos así reza nuestra Carta Fundamental.
9° falacia: “Nuestros parlamentarios no deben ni pueden traicionar  sus creencias religiosas al momento de aprobar leyes”
Esta es una gran falacia que intenta capturar a nuestros parlamentarios en una encrucijada falsa (similar a la captura en la que pueden caer los médicos, según señalé en la falacia N°7).
Todo el tiempo, los parlamentarios deben obligadamente legislar para todos, con independencia de los credos a los que adhiera. Se deben respetar a todos sin excepción. Esa es la única actitud que se concilia con el respeto por el derecho a la libertad de creencias reconocido en nuestra Constitución. Como es evidente, la ley no puede obligarnos a asistir a misa todos los domingos o a casarnos por la iglesia; por citar un par de ejemplos. No es el mismo cometer un pecado, que cometer un delito.
Pero al parecer muchos políticos parecen no entender algo tan básico en un régimen democrático. Por ejemplo, en un debate organizado por el senador Mariano Ruiz-Esquide, en enero de 2011, el diputado Mario Venegas Cárdenas (demócrata cristiano) señaló que “uno no anda por la vida sacándose su condición de católico cuando se legisla; no se cómo podría hacerse ese ejercicio”. En el mismo evento, el ex Ministro de Salud, Osvaldo Artaza, también cae en la trampa de esta falacia, cuando dice que prefiere no opinar sobre la legalización de la interrupción del embarazo por causales determinadas, porque le resulta imposible “sacarse el sesgo religioso”.
La ilusión de que existe acá un dilema ético, es falsa. No existe ningún problema de esta índole. Cualquier persona tiene el derecho de creer en cualquier divinidad, en los designios de la naturaleza o en lo que sea. Puedo también, hacer todo lo que esté a mi alcance para convencer y/o persuadir a la mayor cantidad de gente posible, que sus creencias representan la moral que todo el mundo debe incorporar para sí mismo. Pero otra cosa muy distinta es utilizar a la ley para obligar a quien no participa de estas ideas.
Incluso más. Aún existiendo una creencia mayoritaria en un país, no resulta constitucional legislar en beneficio de ésta. Como es sabido, los derechos fundamentales están fuera de los vaivenes de las mayorías.
Me imagino que nuestros parlamentarios sabrán lo que implica vivir en un Estado laico, por lo que es esperable que antes que opinen y voten sobre esta materia, visualicen la trampa o encrucijada falsa en la que pueden caer. Se espera en suma que el debate se plantee con argumentos seculares, que es lo que corresponde en democracia.
10° falacia: “El derecho a la vida siempre primará por sobre cualquier otro derecho fundamental”
Sobre la materia, el senador Chahuán –a quien respeto y admiro– ha dicho: “Quienes defendemos la vida desde el momento mismo de la concepción no lo hacemos por razones religiosas, lo hacemos porque creemos en los derechos del ser humano y ahí hay un conflicto entre los derechos reproductivos de la mujer y el derecho del que está por nacer que no tiene quien lo defienda. Y por tanto, hay un choque de derechos y tenemos que resolver desde esa perspectiva”.
Podríamos extraer muchos comentarios de esta cita, pero en cuanto al lugar común que comentamos, es pertinente realizar una precisión previa referida a un juicio de valor que el senador asume como un juicio de hecho: que el que está por nacer no es sólo sujeto de protección jurídica, sino que es sujeto de derechos –desde el momento de la concepción al igual que cualquier persona.
Sólo si se acepta que este juicio de valor es vinculante para todos nosotros (estemos o no estemos de acuerdo), es pertinente hablar de una colisión de derechos.
No obstante, aún aceptando esta premisa, existen acá muchos derechos fundamentales en juego que es necesario ponderar adecuadamente: a la vida y a la integridad física y psíquica; a la libertad de conciencia, a la igualdad ante la ley, entre los más destacados.
Respecto del derecho a la vida, es claro que representa el derecho fundamental más relevante de todos. ¿La razón? Sólo estando vivos podemos desarrollarnos como personas, ejercer los restantes derechos, realizar nuestros proyectos y alcanzar nuestras metas. En suma, el derecho a la vida es el derecho más relevante porque –como es lógico– sin éste es imposible alcanzar el proyecto de vida que cada cual se trace en función de sus propios intereses. Pues bien, en los casos de inviabilidad fetal o de malformaciones cerebrales severas que impiden al que está por nacer desarrollarse como un agente moral autónomo, el argumento de la primacía del derecho a la vida por sobre cualquier otro derecho fundamental y bajo cualquier circunstancia, queda en entredicho porque no resultan aplicables los fundamentos en los que se sustenta.
Conforme a lo anterior, cualquier análisis en el contexto de una colisión de derechos, nos permitiría concluir que permitir (no imponer) la interrupción del embarazo por la causal comentada, es la única alternativa que permite resolver de manera integral –desde la perspectiva de los derechos fundamentales– estas complejas situaciones. Y es la única alternativa, porque en casos como éstos a lo único a lo que debemos ser fieles, es a nuestras creencias y convicciones.
Espero que en estas líneas haya aportado, con mi testimonio y opiniones, al necesario debate que nuestra sociedad debe enfrentar y no esconder debajo de la alfombra. Como dirían precisamente en cualquier iglesia del país, ¡es justo y necesario!

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