Lo que nunca se habló del encuentro en Cajamarca entre Francisco Pizarro y Atawallpa
Es un documento que está firmado por Francisco de Chaves y sepulta en la ignominia a Francisco Pizarro. Esta carta fue presentada al mundo en 1998 por Laura Laurencich-Minelli, doctora en antropología y prehistoria por la Universidad de Bologna, profesora principal de civilizaciones precolombinas y directora del Corpus Precolombioanum Itálico, es decir, el conjunto de los documentos americanos que forman parte de los archivos de Italia.
El escrito, firmado por el conquistador Francisco de Chaves, cuya existencia ha sido comprobada a pesar de todos los esfuerzos que los “hispanistas ortodoxos” han hecho para hacerla inverosímil, cambiaría por completo, la visión que se tiene del enfrentamiento bélico en Cajamarca y de la rendición de Atawalpa y de sus huestes. Este texto describe la espantosa trampa que Pizarro utilizó para facilitar su éxito: “el envenenamiento” con vino emponzoñado del Estado Mayor del Inka.
La publicación de este mensaje dirigido al rey Carlos V el 5 de agosto de 1533 formó parte, durante muchos años, de una herencia documental en manos de la señorita Clara Miccinelli (de allí el nombre de Los Documentos Miccinelli) y procedían, originalmente, de un italiano que fue rey de España de 1870 a 1873: Amedeo I de Saboya. La difusión de este texto encendió la pradera académica que hasta hoy hay quienes, como el historiador Teodoro Hampe, que lo consideran una invención. Lo cierto es que la misiva fue sometida a las pruebas científicas exigidas convencionalmente y el resultado es que correspondía a la época de su datación. A su favor también hay que indicar las múltiples pruebas que existen de la represión que Pizarro ejerció, al comienzo de la conquista, para impedir la publicación de los documentos que pudiesen empañar el tono de gesta de lo sucedido en Cajamarca. Las líneas que siguen son un resumen y una transcripción modernizante de la carta original de Francisco de Chaves escribiéndole al rey. Carta del licenciado Boan al Conde de Lemos (1610). Archivio di Stato di Napoli Segreteria dei Viceré Scritture Diverse, n.3. La versión que hemos elegido es la de José Santillán Salazar contenida en su libro “Blas Várela y la historia de la infamia”.
“Su Majestad. Yo Francisco de Chaves, leal súbdito de su Majestad, natural de Trujillo, descendiente de la estirpe de los Chaves, siempre al servicio de la Corona, como uno de los conquistadores de este reino del Perú, humilde servidor, escribo a su Majestad, dándole cuenta de todo lo sucedido en esta tierra. Fui compañero de armas de mi coterráneo, el gobernador Francisco Pizarro. Partimos de Panamá en la misma nave, el 27 de diciembre de 1530, con el objetivo de conquistar este reino del Perú. Hay muchas versiones sobre la captura del rey de esta tierra (Atawalpa), pero yo la escribo tal como fueron los hechos en Cajamarca, en honor a la verdad, respeto y lealtad que se merece la honorable autoridad de la Corona de España. Nosotros venimos en el navío Santa Catalina, piloteado por Bartolomé Ruiz. Entre los tripulantes estaban los religiosos: Vicente Valverde de la orden de Santo Domingo, los frailes Juan de Yepes y Reginaldo de Pedraza. Durante el viaje, don Francisco Pizarro y los tres religiosos platicaban mucho. Don Francisco les contaba que a los indios les deleita el vino por ser de uva y de diferente sabor que el licor que bebían, y que gracias al vino se ganaba muchos amigos entre los indios y que también le utilizaba con astucia para vencer a una muchedumbre de enemigos feroces y bien armados. Como entenderá su Majestad, así se fue tramando la estrategia para la animosa empresa. De la malévola decisión tomaron parte los padres alejados de la ley de Dios. Yo vi, en uno de los ángulos de la nave, cuatro odres de vino en cuyo sobre decía “Vino del capitán”. Francisco Pizarro y los religiosos hicieron un pacto secreto: juraron repartirse la gloria y la riqueza y no traicionarse jamás. No obstante, después, el fraile Reginaldo Pedraza decidió separarse, regresó a Panamá con una bolsa de piedras verdes. Nosotros, caminando por la Sierra de este reino, tuvimos que sobreponernos a las fatigas y penurias: cruzamos pueblos, ríos y montañas. Inesperadamente tuvimos la noticia de que estábamos próximos a la corte del Inca que viajaba orgulloso de su triunfo. En Cajamarca, por orden de Francisco Pizarro, el intérprete Felipillo sirvió dos copas del vino bueno a Atahualpa. Debo acotar que el tal Felipillo era del pueblo de los Chimores y hacía cinco años que estaba al servicio de Pizarro. Cuando estaba frente al Inca manifestaba cierto temor y reverencia. Con humildes palabras le traducía lo que le decían nuestros dirigentes. Cuando Pizarro creyó que había llegado el momento oportuno ordenó a Felipillo traer el vino envenenado de los frailes. Pizarro cifraba toda su esperanza que el artero ardid funcionara, porque estábamos al frente de un numeroso ejército. PIZARRO ORDENÓ A FELIPILLO TRAER EL VINO ENVENENADO DE LOS FRAILES. CIFRABA TODA SU ESPERANZA EN EL ARTERO ARDID. Con palabras persuasivas de paz y amistad sirvió el Felipillo el vino envenenado a los capitanes y consejeros del ejército inca. Pronto la bebida letal surtió efecto y el ejército, al ver morir a sus jefes, se vio sorprendido y desconcertado. Fue el momento propicio para el ataque con la caballería y las armas de fuego. Esta es la verdad y no lo que dijo después Pizarro que la gloriosa victoria se debió al auxilio del apóstol Santiago o a la Providencia. Es un delirio que un oficial lleve este engaño a su Majestad, Pizarro prefirió el fraude desde el principio antes de optar por luchar con honor y bravura. Mis padres valerosos y orgullosos decían: “Más vale perder el hombre que el buen nombre”. El mortífero veneno dio el triunfo al Gobernador. Fue una ingloriosa victoria que nunca hasta entonces ha tenido un conquistador en el mundo.’ La codicia por todo el oro del mundo no puede jamás perder el juicio de un caudillo para hacer lo que se ha hecho, tremenda injuria al rey vencido. Aunque pagano, pero rey por nacimiento y por derecho. Sepa usted que al rey Atahualpa lo metieron en una celda cerrada y lo vigilaban cuatro hombres y no le dieron libertad, a pesar de que manifestó que tenía la voluntad de visitar y rendir homenaje a su Majestad. Quizá Pizarro temió que la verdad saliera a luz. Este riquísimo reino debe formar parte de sus dominios, Majestad, y no de don Francisco Pizarro y su tesorero Alonso de Riquelme. No obstante que el prisionero cumplió con su palabra para recuperar su libertad, le procesaron por traidor y rebelde. Sin que haya hecho daño alguno, Atahualpa murió agarrotado el 26 de julio del presente año. El hecho causó escándalo y alboroto porque muchos no estaban de acuerdo con la ejecución, incluso los hermanos y amigos de don Francisco Pizarro. Sin embargo, es lamentable la complicidad de los padres dominicos. Su majestad juzgará la gravedad de los hechos. Sé que Francisco Pizarro por medio de su secretario ha relatado falsamente todo lo que ha ocurrido en esta tierra. Para fundamentar la toma de decisión de eliminar al Inca, seguro que dijeron que el prisionero tramaba contra nosotros el ataque de un gran ejército venido desde el Cuzco. La verdad que no liemos visto ni grandes ejércitos ni pequeñas guarniciones. El prisionero estuvo bien resguardado noche y día y no había ningún peligro que nos acechara… Me parece que no hay forma de honrar a España haciendo fechorías. Mis abuelos me enseñaron que con hechos fuera de la regla y perfidia no se logra gloriosas victorias. Fui un compañero obediente y leal del Capitán. Luché a su lado en toda la campaña de la conquista de estas tierras: desde Tumbes hasta Tangarará, San Miguel, Motupe hasta Saña. La ardua brega duró siete meses. Llegamos a la provincia de Cajamarca. Nuestro ejército estuvo conformado por 177 hombres con lanzas, picas y espadas. De los cuales había 67 soldados a caballo, y entre los 110 soldados de a pie, había tres arcabuceros, siete escopeteros y veinte ballesteros. Fue un sábado 15 de noviembre de 1532. El Inca reposaba en las aguas termales que se encuentra a dos leguas de Cajamarca. El Capitán al ver a la multitud de indios, puso en alerta a su artillería con dos culebrinas de ocho a diez pies de largo Muy tensos esperamos al enemigo. Yo estaba al lado de Pizarro. El ejército de Atahualpa sumaba algo más de diez mil indios. Todos armados con hondas, mazas, hachas, bolas, lanzas, macanas, rodelas y otros. A pesar de que Atahualpa tuvo mucha más gente, la batalla no la iniciaron ellos. El ardid del envenenamiento funcionó. Algunos oficiales incas caían muertos, otros se debatían entre sufrimientos y dolores. Los consejeros principales del Inca caían de golpe. El Estado Mayor del Inca fue eliminado. Pensó Atahualpa que era un castigo invisible de un dios que golpeaba a traición a sus generales. Al no tener órdenes los guerreros indios no se lanzaron al ataque. El momento esperado por el Capitán había llegado. Ordenó que le pusieran en el pecho del Inca puñales y espadas. El Capitán y el fray Valverde le obligaron para que ordenara a los indios que se retiraran de la plaza. Muchos indios huyeron, cayéndose unos sobre otros. El Inca, temiendo la muerte, mandaba a gritos que huyeran. Los indios asustados creían que estaba ocurriendo un suceso sobrenatural. En poco tiempo herimos y matamos una gran cantidad de indios. Todo esto estaba muy bien planificado. Sepa su Majestad que los indios no comprendían lo que les sucedía a sus generales en Cajamarca y aún no lo saben. Aún creen que fue un castigo de algún dios y levantan los ojos al cielo. Suponen que fue una venganza de uno de los dioses para castigar al Inca y a su pueblo (…) Los naturales no conocían otro veneno que aquel que utilizaban para frotar sus flechas. Por la arremetida con arcabuces, lanzas, espadas y sobre todo por tomarlos de sorpresa, damos muerte a tres mil hombres. El engaño es un deshonor, ME PARECE QUE NO HAY FORMA DE HONRAR A ESPAÑA HACIENDO FECHORÍAS. Así se ganó la batalla en Cajamarca. El fraile Vicente Valverde hizo la siguiente oración: “Dios sea alabado por todos los favores que nos hizo, gracias a la Providencia y aún más al oropimente”. Le confieso a su Majestad que he matado a muchos indios. No se defendieron con heroísmo los soldados del Inca porque estaban en huida. Gané honor, oro y mujeres. Hasta ahora callé la verdad y sin escrúpulo yo también glorifiqué la falsa hazaña. Pero después me di cuenta de que el Capitán y los frailes eran soberbios, malos y duros de sentimientos. La mala intención fue escribir con sangre y pánico la historia del reino del Perú al haber ajusticiado sin causa alguna al desventurado rey Atahualpa. No se contentaron con tantos robos, daños, el saqueo de tanto oro y plata y objetos preciosos de gran valor, ni con haber matado a millares de hombres en nombre de su Majestad y de Nuestro Señor. Hicieron tantas tiranías que por ser ofensivas a su Majestad no os digo. (…) Como servidor de su Majestad, sin apasionamiento alguno, con deseo de justicia, le envío esta carta para que sepa la verdad. Estoy seguro de que, según el interés del Gobernador, escribirán mentiras, todas alejadas de la verdad. Muy confiados de que no habrá investigación, el Gobernador, sus centinelas y fieles seguidores, sin ninguna licencia, hacen lo que quieren. Los hombres allegados a Pizarro son: su tesorero Alonso de Riquelme, el fray Vicente Valverde, los capitanes Hernando de Soto y Sebastián de Benalcazar, sus medios hermanos de parte de su padre: Juan Gonzalo y Hernando y su medio hermano de parte de su madre, Francisco Martín de Alcántara. Acá, todos los demás somos vigilados e investigados, sobre todo estamos prohibidos de salir con cosas y noticias ajenas a los intereses del capitán. Como testigo presencial tengo muchas más novedades que informar a su Majestad, porque deben ser de vuestro interés. Así, por ejemplo, de la mayor cantidad de riqueza que descubrimos y cada día se descubre, don Francisco Pizarro lo reserva para él y en secreto se reparten con sus hermanos y allegados. Nos enteramos también que tuvo mucho oro escondido y de ello no dio cuenta casi a nadie. Usted debe conocer, Majestad, Rey de estas nuevas provincias, altísimo y señor de todos nosotros, que conquistamos con corazón limpio estas tierras bajo la bandera de León y Castilla, que no es la cantidad de oro y plata que le corresponde según el quinto real. Si yo le diría falsedades, considéreme hombre de poca estima y ordene que me corten la cabeza. Yo haré lo posible para que esta carta llegue a sus manos a pesar de que el Capitán nos amenazó castigarnos ejemplarmente si informáramos acerca del veneno y de los otros medios ilícitos que comete. Ruego a Dios, nuestro Señor, que todo salga bien. Pues, por tener una posición contraria y no estar de acuerdo con las cosas que veo y he visto, soy odiado por Francisco Pizarro y temo que me maten. El Capitán habiendo sido mi amigo, ahora me increpa de amotinador. Sospecha de todos. Mató al fraile Juan de Yepes por quebrantar el juramento y romper el secreto. No le concedió perdón ante sus súplicas y le “premió” dándole la vida perdurable. Es todo cuanto le puedo informar hasta ahora, Majestad. Créame no abrigo ni envidia ni malicia y confío que usted hará justicia a sus súbditos y castigará ejemplarmente a los que cometen atrocidades y delitos. Nuestro Señor, la Sagrada Iglesia (…) Cuide con esmero sus reinos como su Majestad lo desea. Cajamarca, 5 de agosto de 1533. Su humilde siervo don Francisco de Chaves.”
Como podemos observar, aún tenemos mucho pan que rebanar para corregir lo que está escrito sobre nuestra historia. Aprovecho para recomendar el libro del etno-historiador Matthew Restall, titulado “Los Siete Mitos de la Conquista Española” y la obra del ya conocido escritor uruguayo Eduardo Galeano “Las Venas Abiertas de América Latina”, nos ayudarán a pensar más profundamente sobre nuestra historia e identidad.
Artículo tomado de QosqoInkaTou
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